27 de febrero de 2024, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Yazan Khalili, Apartheid monochromes, 2017, acrílica sobre lienzo |
Estamos en una época en la que es vital no aceptar el genocidio, el apartheid, la colonización, son tiempos en los que no resistir a la cobardía de nuestros gobernantes y no denunciar la hipocresía de los medios dominantes, siempre del lado de los poderosos, de los ocupantes, sería criminal y cómplice (hay que leer los raros y valientes revelaciones de esa hipocresía, en el Diplo o en la página Acrimed), tiempos en los que defender, desfilar, firmar peticiones, dar dinero parecen a la vez indispensables e impotentes, tiempos en los que no hay que dejar de hablar de Palestina para por lo menos conjurar el horror. Y ¿En dónde está el lugar del arte? ¿Tiene que abanderarse y ponerse a la cabeza? ¿Los artistas deben producir obras bien claras que denuncien los crímenes? ¿Deben estar al «servicio de la revolución» o, en el caso, de la Resistencia? ¿Un arte demasiado comprometido, demasiado simplista, demasiado al servicio de una idea, por muy válida que sea, no es un arte un poco bastardo, flojo y para nada convincente?
Yazan Khalili, de la serie Cracks Remind me of Roadkills, 2014, diapositiva |
Son las preguntas que se hace una exposición (hasta el 28 de abril) en el norte de Portugal, en Guimarães (ciudad emblemática de la fundación del país) inspirada por el poema de Mahmus Darwich «La tierra se estrecha para nosotros». La exposición fue organizada con el patrocinio del colectivo Uncommon Ground, que ya expuso el archivo de Ariella Aïsha Azoulay y montó esta otra exposición sobre Palestina. Bastante documentación, libros, mapas, testimonios, y, el día de la inauguración, una larga charla con la destacada periodista Alexandra Lucas Coelho, cuya calidad de reportajes sobre Palestina es incomparable (muy por encima de los de Le Monde...). Pero ante todo reúne a seis artistas palestinos, uno japonés y uno francés; sus obras datan, claro, de antes de la guerra actual, pero no pierden nada de la fuerza y la pertinencia. Para ellos, la manera de evitar la obligación de un arte demasiado comprometido al tiempo que siguen siendo pertinentes y objetivos, pasa a través de la ironía y el desvío. Cómo mostrar cosas sencillas pero portadoras de tal carga crítica que se vuelvan radicales y explosivas. Son artistas que hablan del apartheid, del exilio, de la esperanza (aunque parezca imposible), de la historia de la depuración y de la resistencia resiliente.
Taysir Batniji, S.T., 1998-2021, maleta y arena |
Yazan Khalili (en la parte superior) no muestra sino seis placas monocromas, una obra que parecería a priori bastante lejos de esta realidad. Se trata de los colores de los documentos de identidad a los que los palestinos tienen derecho y que son emitidos por las autoridades de ocupación. Los colores son en función del lugar de nacimiento, de residencia y de su situación: un sistema arbitrario de clasificación y control para impedirles la libre circulación y un acceso igualitario a los servicios públicos. Seis paneles monocromos para nombrar el apartheid: una evidencia. Aquí arriba, una maleta llena de arena: con una economía de medios increíble, Taysir Batniji nombra el exilio. No hay necesidad de frases grandilocuentes, únicamente este objeto sencillo: «Mi patria es una maleta». Él, que no puede volver a Gaza desde hace años, él, que perdió a una parte de su familia asesinada recién por las bombas, es siempre de lo más moderado en su expresión, uno de los maestros del desvío (su serie de anuncios inmobiliarios de casas bombardeadas no está aquí pero sí está presente en nuestra mente, claro); también muestra discretamente, lo que es (o mas bien lo que era) la vida cotidiana en Gaza, con su video «Diario de Gaza» y con sus fotografías (tan conocidas) de los «padres» en sus tiendas. Acaba de publicar este libro, Disruptions, imágenes del impedimento, de la traba impuesta por la ocupación a la comunicación íntima y familiar.
Larissa Sansour, Nation Estate, 2012, film |
Ironía y desvío es también el propósito de la película de ciencia ficción de Larissa Sansour, Nation Estate (recuerdo la censura de Lacoste en el Museo del Elysée...): el estado de Palestina existe al fin pero no es sino un rascacielos rodeado de colonias, en el que vive todo el pueblo palestino, cada ciudad en un piso (Jerusalén en el 13, Ramallah en el 14, Belén en el 21). Todo es modernísimo y de diseño, bajo un sistema de control de identidad y de comportamiento permanentes. Y por las ventanas se ve Al-Aqsa a lo lejos, inaccesible. Nos dice la esperanza imposible.
Bisan Abu Eisheh, Playing House / Bayt Byoot, 2008-2011, objetos y mapas, col. Teixeira de Freitas |
Los objetos también hablan de ocupación. Taysir Batniji reunió jabones en los que gravó una frase de la declaración de los derechos del hombre. Jean-Luc Moulène fotografió algunos objetos palestinos. Yazan Khalili, mirando el suelo observó unas grietas en el asfalto o la piedra que se parecen al mapa de Palestina, desde el río hasta el mar (arriba). Bisan Abu Eisheh hizo un trabajo de arqueólogo: bajo la ocupación la arqueología es puesta al servicio del sionismo para construir una ficción que justifique la colonización. En cuanto a Abu Eisheh, él hace la arqueología de la Nakba, las casas palestinas destruidas constantemente por las autoridades ocupantes, para robar más y más tierra; estudia los vestigios y los expone en vitrinas de museo. He aquí las piedras y baldosas procedentes de las casas demolidas junto a su ubicación: entran al museo, nadie podrá decir «yo no sabía». Él dice la historia, la de la depuración étnica.
Emily Jacir, de la serie Where We Came From, 201-03, textos y fotos, col. Teixeira de Freitas |
Si los mapas de Benji Boyadgian y las fotografías de Ryuichi Hirokawa son más documentales, lo que podemos llamar la performance de Emily Jacir nos recuerda también que nadie puede ser indiferente: en 2001-2003, Jacir, que puede circular libremente gracias a un pasaporte extranjero, cumple (o intenta cumplir) los anhelos de los palestinos cuyos desplazamientos son limitados (ya sean los exiliados que no pueden volver, los cisjordanos o gazatíes que no pueden desplazarse libremente), y ellos le transmiten un deseo: a muchos les gustaría una foto de la casa de la que sus padres o abuelos fueron expulsados en el momento de la depuración étnica de 1948, con el ruego de que les transmita una carta a los ocupantes; otros le piden simplemente que riegue un árbol que recuerdan, o que encuentre primos que no volvieron a ver. Ella nombra la resiliencia, la resistencia, el sumud. El deseo aquí, más poético, le pedía a Jacir que fuera a la orilla del mar al atardecer a encender una vela. Nada puede representar mejor la réplica de Rafeef Ziadah: « We teach life, Sir ».
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