lundi 30 octobre 2023

¿Qué no le importa a Julia Margaret Cameron?

 


26 de octubre de 2023, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Julia Margaret Cameron, The Rosebud Garden of Girls, 1868, impresión albuminada, 34.9×29.2cm, col. V&A


La exposición en el Jeu de Paume (hasta el 28 de enero) presenta unas cien fotografías de Julia Margaret Cameron, de las más o menos 1200 que hizo, principalmente durante unos diez años, entre 1864 y 1875. Es, sin lugar a dudas la fotógrafa más visible del siglo XIX, los otros grandes fotógrafos de ese siglo son más conocidos por su técnica (Daguerre, Talbot, Atkins, Bayard, ..) que por su contribución artística. Y es verdad que ella no se estorbaba para nada con la técnica. Sus impresiones al colodión con frecuencia van manchadas, incluso se ven sus huellas digitales y el enfoque se lo deja al azar, a contracorriente de las exigencias de aquel entonces. Y es precisamente la falta de precisión y su voluntad más o menos intencional de alejarse de la representación perfecta lo que hizo su éxito. Es la precursora de la estética fin de siglo de los pictoralistas, idolatrada por aquellos que se mueren por el borroso, pionera de la distanciación entre realidad y representación. A pesar de la distancia tanto como social como cultural con Miroslav Tichý, en 2008, en Estocolmo la unieron con él en una exposición que se llamó «Largos Momentos», un acercamiento únicamente formal basado en los borrosos, los accidentes y las manchas. 


Julia Margaret Cameron, The Astronomer, 1867, impresión albuminada, 25.5×21.3cm, col. V&A


En búsqueda de la belleza etérea, Cameron tampoco se preocupaba por las buenas maneras a pesar de ser una gran burguesa. Las imperfecciones de la fotografía corresponden con las imperfecciones de la ropa de los personajes, telas sin forma, drapeadas sobre ellos con posturas románticas (los más divertidos son W.H. Hunt en pijama tipo oriental, y aquí arriba Herschel con los ojos alzados al cielo como buen astrónomo que es) o vestidos mal planchados con cabelleras salvajes y mal peinadas. Al leer su diario, copiado en el catálogo (págs. 35-56) vemos que tampoco se estorbaba con la puntuación ni la gramática. ¿Será gracias a esta (muy relativa) marginalidad que sus retratos atraen tanto? Yo ignoraba que, empobrecida, sacaba una fuente de ingresos importante que compensaba los sinsabores de las plantaciones que la familia poseía en la India y Ceilán, y que la fotografía fue para ella una forma de extender sus relaciones sociales. Pero ¿será esa la razón por la cual hay tal diferencia de género cuando selecciona a sus sujetos? Todas las mujeres de las que hace el retrato son o de la familia o empleadas domésticas: ninguna mujer influyente de la Inglaterra de entonces (aunque había algunas, ya fuera en la corte o en la ciudad, habrá fotografiado a George Elliot?). Para ella las mujeres no deben ser fotografiadas entre 18 y 50 años (pág.220 del catálogo): sólo importa sus belleza. Mientras que los hombres que fotografía son todos hombres maduros, poderosos, intelectuales, pintores, poetas: y en su gran mayoría son francamente feos. Salvo error, ningún empleado doméstico masculino con su uniforme, ningún joven encantador. La belleza femenina y la inteligencia masculina: ¿puede hacerse mayor estereotipo y ser más arrogante? Una lectura feminista de su trabajo (« Maternalization of photography », pág. 28, nota 26) puede parecer totalmente fuera de lugar.  


Julia Margaret Cameron, I Wait, 1872,  impresión albuminada, 31.4×23.5cm, col. V&A


Fuera de los retratos, Cameron no se incomodaba tampoco con la composición o la profundidad. Ilustra escenas bíblicas (cristiana ferviente) o escenas sacadas de Shakespeare, o alegorías. Entonces le reprochan que haga «fotografía de historia» un tema reservado a la (gran) pintura. Otros, por ejemplo George Bernard Shaw, se ríen de esos artificios, las alas de papel de los ángeles. Hoy, esas puestas en escena nos parecen algo ridículas, pomposas e insípidas, y se necesita todo el entusiasmo del director del Jeu de Paume para encontrarle cualidades pos modernas que recuerdan a Cindy Sherman (pág.31), siendo que en la obra de Cameron no encontramos ni distancia ni acidez crítica. Todo eso lleva un perfume bastante anticuado y desfasado, de mal gusto victoriano. Hay dos lagunas esenciales en sus temas: ni autorretrato ni paisajes (apenas algunas fotografías de exterior); si la segunda se debe quizás a razones de orden técnico, la primera no deja de extrañarnos viniendo de una mujer voluntarista y afirmada. Todas sus puestas en escena son artificiales y tediosas: es interesante compararla con Lady Haywarden (más joven pero fallecida en 1865), quien al contrario componía con sus hijas, sainetes íntimos y sensuales, con una discreta sexualidad subyacente. Nada de eso en el trabajo de Cameron. 



Julia Margaret Cameron, Two Young Women, 1875-79,  impresión albuminada, 28×22.8cm, col. V&A


Descendiente de la gran burguesía colonial en la India (su padre es uno de los dirigentes de la East India Company y su abuelo, pequeño aristócrata francés, fue oficial en Pondicherry y después colón en Calcuta), se casó con un funcionario colonial que le llevaba veinte años y que era uno de los grandes terratenientes de Ceylan, estuvo toda la vida en ese medio reaccionario y de allí sacó su riqueza. En Inglaterra, en donde se instaló a los 35 años, hace el retrato del general Robert Napier quien después de haber combatido contra los cipayos dirige la expedición contra el emperador de Etiopía, incendia su ciudad, se roba los tesoros y se lleva al príncipe heredero para Londres, y Cameron, sin más, hace dos retratos del joven secuestrado (quien muere a los 18 años). Es verdad que es una anécdota pero es reveladora. Cuando vuelve con su marido a Ceilán en 1875 para tratar de restablecer las ganancias de sus plantaciones, hace algunas fotografías, con alguna dificultad. Vemos en ellas el exotismo colonial y la arrogancia hacia el indígena, pero las dos jóvenes aquí arriba resisten a través de sus miradas orgullosas que desafían a la fotógrafa blanca. La agitación del mundo exterior, los levantamientos y el hambre en la India no la incomodan, tampoco las revueltas obreras en Inglaterra, no hay ningún reflejo de ello en su trabajo. Es normal dirá usted cuando vemos su medio, que produzca un trabajo intemporal y pasadista (por no decir reaccionario). Es verdad, pero podemos citar a dos mujeres fotógrafas del mismo momento o casi, Isabella Bird que recorre el mundo con una mirada mucho más clara sobre los indígenas, y Alexine Tinne que hace un verdadero trabajo de etnógrafa en Africa del noreste. Pero sus fotografías son menos «bonitas». Lo que queda, en realidad, de las fotografías de Julia Margaret Cameron es su belleza casi irreal, sin duda suficiente para olvidar todo el resto. 




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