5 de julio de 2021, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Marie-Nicole Vestier, La Autora en sus ocupaciones, 1793, óleo sobre lienzo, 54x44cm, Museo de Vizil |
Actualmente tenemos varias exposiciones sobre el tema popular en este momento, las mujeres artistas: africanas en el MAMVP, la abstracción en Pompidou, Las portuguesas en Gulbenkian, y el periodo 1780-1830 en el Museo del Luxemburgo (hasta el 25 de julio). Hablemos de ellas una por una (ahora que saturado de exposiciones parisinas estoy retirado en mi ermita y tengo tiempo para escribir después de haber culminado este ladrillo). El final del siglo XVIII y el principio del XIX, cincuenta años atormentados políticamente son un periodo fasto para las mujeres artistas. Es verdad que la exposición olvida decir que hubo mujeres que fueron admitidas en la Academia desde el siglo XVII, por ejemplo Élisabeth-Sophie Chéron y solamente insisten sobre Vigée-Lebrun y Labille-Guiard, admitidas en 1783. Pero eso es un detalle. Si la exposición se abre con una magnífica citación misógina del Abad de Fontenay («¿Cómo harán ellas para sacar bastante tiempo para ser a la vez esposas cuidadosas, madres tiernas y atentas, jefes alertas con sus criados y pintar tanto como necesario para hacerlo bien?»), muestra ante todo, de manera bastante científica de qué forma el final del Antiguo Régimen fue la ocasión para que las mujeres pintoras se afirmaran públicamente, para que participaran en los Salones y obtuvieran pedidos importantes; la Revolución reconfortó esta tendencia y permitió que las mujeres de las clases medias accedieran al estatuto de artista (con algunas ambigüedades pasajeras), el Imperio continúa y un poco menos la Restauración. Aquel periodo glorioso, aquel «paréntesis encantado» (según lo que escribe Séverine Sofio) dura desde la época de las Luces hasta el ascenso de la burguesía bajo Luis-Felipe y fue seguida del periodo de opresión burguesa durante más de un siglo (que hasta ahora está terminando). No es la menor paradoja que los valores aristocráticos y los valores revolucionarios les dieran más libertad a las mujeres (a ciertas mujeres en el primer caso) que los valores burgueses. Quizás encontremos la misma oposición paradójica en los comportamientos (libertinaje aristocrático y amor libre revolucionario, contra puritanismo y moralina burgueses) y en las costumbres (comparen los vestidos sexys del final de la Monarquía o los transparentes del Directorio, con la triste ropa de las mujeres burguesas). Pero volvamos a la pintura.
Marie-Geneviève Bouliard, Autorretrato en Aspasia, 1794, óleo sobre lienzo, 123x127cm, Museo de Arras |
No hay grandes obras maestras pero hay 65 cuadros de calidad (de los cuales cuatro de hombres) cuyo interés se sitúa más en el sentido cultural y social que en la estética, a fin de cuentas bastante común en su mayoría. El pasillo de la entrada está consagrado a retratos y de los 15 que presentan, siete son autorretratos de mujeres pintando: una afirmación impresionante de sí, de su talento y su estatuto. En varios no se ve el motivo del lienzo, ya sea porque está simplemente esbozado (por ejemplo Vigée-Lebrun durante su exilio en Rusia pintando a la emperatriz Elisaveta Alexeevna) o porque se ve por detrás: lo que cuenta es el acto de pintar, el estatuto más que el resultado. El más divertido es sin duda alguna el de Marie-Nicole Vestier durante la Revolución (1793), intitulado La Autora en sus ocupaciones, una contradicción perfecta para el Abad de Fontenay, una afirmación sin ambigüedad del estatuto completo, madre y artista. El más potente me parece, es el Autorretrato en Aspasia de Marie-Geneviève Bouliard en 1794, primero porque Aspasia, cortesana, amante de Pericles, mujer influyente e inteligente, meteca y erudita, es un modelo durante la Revolución, un modelo para las feministas, y también, excepto si me equivoco, es una de las primeras veces que en Francia (no en Italia, con Lavinia camuflada en Minerva y Artemisa en Cleopatra) una pintora se representa parcialmente desvestida, el seno desnudo (el primer seno desnudo pintado por una mujer en Francia es sin duda este cuadro que no está en la exposición).
Marie-Éléonore Godefroid, Retrato de Abd El-Kader, entre 1830 y 1844, óleo sobre lienzo, 73.2×59.6cm, Museo de la Armada |
En las salas siguientes encontramos sobre todo la historia cultural, los salones y talleres, las colecciones (la emperatriz Josefina y la duquesa de Berry fueron las grandes patronas de las mujeres pintoras). También vemos las incursiones femeninas en la pintura de historia y el desnudo, géneros teóricamente prohibidos al sexo débil. La primera pensionaria clandestina en la Villa Médicis (un siglo antes de estas) es Hortense Haudebourt-Lescot, que el director Guillon-Léthière hace ir a Roma de 1808 (tiene 16 años) hasta 1816, a pesar de que Vivant Denon se oponía (ella pinta este cuadro pintoresco). También tratan de los mecanismos económicos, con el deseo de las familias burguesas de asentar a sus hijas para que accedieran a un capital simbólico y algunas veces a una profesión, también de las mujeres originarias del pueblo que tenían que trabajar para pagarse las clases en un taller, por ejemplo Clémence Delacazette. David y Greuze (se diferencian de Regnault) no aceptaban mundanas diletantes en sus talleres sino futuras profesionales. Entre los lienzos interesantes, apunté la Jovencita de rodillas de Aimée Brune (más tarde, 1839), delicadamente erótica, la casta y hermosa Dama de novicia, de Jeanne-Élisabeth Chaudet, 1811, y este imponente retrato del Emir Abd-el-Kader, de ojos claros, de Marie-Éléonore Godefroid (retratista clásica en otros casos), pintado según un dibujo de Leon Roches y no en vivo y sin ningún pintoresco orientalista: pintar (entre 1830 y 1844, es decir cuando el Emir resiste todavía) a ese rebelde, enemigo que resistía contra la colonización era muy audaz (fue después de que lo vencieran y encarcelaran en 1848 que se volvería popular en Francia). Nos hizo falta el Retrato de una negra de Marie-Guillemine Benoist (llamado después Retrato de Magdalena) sobre el que escribí hace dos años: «Es un cuadro fundamental pues es uno de los primeros en los que parece que se establece un diálogo entre el pintor y su modelo, una comunicación equitativa: una ilusión, quizás, cuando vemos los rangos sociales de las dos mujeres y ante todo por el hecho de que Benoist la desnudó e hizo un objeto sexual arquetipo del supuesto erotismo desenfrenado de esta raza (no soy experto de la señora Benoist, pero me parece que si le gustaban los escotes profundos, no vemos ningún pezón rosado de mujer blanca en su obra). Magdalena reúne así los dos rasgos que encontramos siempre en la representación de las mujeres negras, la sexualidad y la subordinación». En cambio, me parece que la obra contemporánea al final de la exposición no era necesaria.
Isabelle Pinson, El Atrapamoscas 1808, óleo sobre lienzo, 37.7×30.1cm, Snite Museum of Art, University of Notre-Dame, Indiana |
Concluimos con un cuadro singular que parece más moderno y encantador que los otros: un cuadro «inútil», sin sentido, un interior que se reduce a casi nada, una ventana, destaca la representación del vidrio, y un chico un poco lelo que no hace nada, aparte ser: El Atrapamoscas de Isabelle Pinson (1808). Para concluir, es una exposición muy interesante que a partir de una búsqueda rigurosa pone en duda la gran cantidad de ideas preconcebidas (por ejemplo en esta película) sobre el lugar de las pintoras en la época; en la conclusión del folleto de la exposición podemos leer: «el relato dominante en la historia del arte ha dejado de lado esas décadas, y con ellas, sus "pequeños" maestros, sus pequeños lienzos, sus pequeños géneros. Amnésico, todavía se está preguntando «¿Porqué no hubo grandes mujeres artistas?». En cuanto al catálogo, está muy bien hecho: tiene bonitas reproducciones, buenos ensayos de la comisaria Martine Lacas en especial la introducción, «Nacimiento de una lucha», critica los estereotipos históricos y dice que quiere «ir al contrario de los procesos de invisibilización, de los fenómenos de amnesia que nos dejaron como herencia un relato canónico, intimidante y atractivo, del pasado artístico y su cortejo de suposiciones reprimidas, de las estructuras memoriales de las que las mujeres... fueron excluidas». Único defecto del catálogo, una lista de obras sin índice y difícil de utilizar.
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