24 de abril de 2021, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
En 2008 la San Francisco State University decidió cerrar el Tregenza Anthropology Museum que dependía de su Departamento de Antropología, a causa de su mala gestión y del mal estado de las colecciones, para transferir sus fondos al Departamento de Museología de la Universidad al tiempo que licenciaba a su conservadora. Antes del traslado, la conservadora que en secreto había guardado las llaves del local, decidió depurar las colecciones: rompió algunos documentos y seleccionó 1221 diapositivas que consideraba que ya no se podían mostrar, las puso en una caja dentro de una bolsa de basura y las tiró. Un joven profesor de Antropología que pasaba por ahí, vio la bolsa negra en la basura, la abrió por curiosidad, le pareció interesante, decidió recuperarla y se la entregó al director del departamento de Antropología, el Profesor Douglass W. Bailey (por otro lado, conocido por sus trabajos sobre las representaciones prehistóricas). Este último no hizo nada hasta en 2017, cuando, invitado durante seis meses por La Academia de Ciencias de Noruega, empezó a interesarle, la abrió y exploró como si fuera una excavación arqueológica, estrato por estrato, documentando científicamente lo encontrado, 1221 diapositivas, lo que cuenta con un humor socarrón.
Las diapositivas databan de entre 1960 y 1986 y habían sido utilizadas como soporte para los cursos de antropología del departamento. Correspondían a cierta manera tradicional de enseñar y considerar la antropología que ya no es adecuada. Doug Bailey nos dice que representan a unos fósiles de hominidae, de primate de zoológico, disecciones, danzas rituales, estudios de pigmentación de la piel, individuos vinculados con la reproducción humana (mujeres encintas, fetos), radiografías humanas y fotografías de rostros humanos. Es esta última categoría que más le interesará. La gran mayoría son fotografías de hombres blancos jóvenes; hay algunas mujeres blancas (salvo si son travestis, ver abajo), algunos asiáticos y latinoamericanos, aparentemente no hay negros. En todo caso, la fotografía muestra el rostro o el busto. En la mayoría de los casos los hombres no llevan ropa entonces se ven los hombros y el pecho desnudos; de muchas de esas imágenes emana una fuerte carga homoerótica.
Una pequeña serie de una fuente diferente (ver más abajo), representa a hombres vestidos, fotografiados delante de una cuadrícula que recuerda vagamente la antropometría de Bertillon. En la serie principal, más bien homogénea, el mismo hombre fue fotografiado varias veces, con un marco más estrecho o de frente, de perfil y tres cuartos pero ahí también sin rigor científica. También hay algunos fragmentos, orejas o nariz.
En un gran número de casos la caja de las diapositivas lleva una nota manuscrita que indica la supuesta «raza» del individuo: celta, alpino /este-europeo, mongoloide del Asia del Sureste o de Méjico (los únicos que no son blancos), iraní del altiplano, dinárico, armenoide, ... Encontramos conceptos raciales de las antropologías biológicas del siglo XX, que cayeron totalmente en desuso después del nazismo y la descolonización.
¿Qué hacer con las diapositivas se pregunta el profesor Bailey? Por una lado, se trata de un archivo científico, oficial, que pertenece a la universidad, y preservar los archivos es un deber sagrado; además, puede ser útil para mostrar lo que fue la historia de la antropología. Por otro lado, el alma de las personas fotografiadas, su esencia, su energía, son prisioneras de las diapositivas; aunque no hayan sido fotografiadas en contra de su voluntad, el uso que se hizo después con su imagen se les salió de las manos. En el caso de comunidades étnicas, la universidad podría entregarles las imágenes a los descendientes, a los parientes, a los miembros de la comunidad, pero no tienen ninguna indicación, toda devolución es imposible.
Diapositiva « Alpine / Eastern Europe » antes y después de la disolución |
Entonces, el muy respetable Profesor Bailey decide por iniciativa propia, destruir violentamente las diapositivas, de cierta manera, destruir los cuerpos para salvar las almas. Primero pensó recortarlas en pedacitos, perforarlas (como en la época de la FSA), quemarlas, pero decidió diluir la imagen con hipoclorito de sodio, es decir lejía (que corre después por las aguas puras del fjord de Oslo), para que los pigmentos se disolvieran y así las almas prisioneras fueran liberadas por la disolución. Documenta el proceso de disolución con cortos y fotos de antes y después.
Diapositiva del Armenoide, aquí, después de la disolución |
Después del Museo de San Tirso, el espacio Carpintarias de San Lázaro en Lisboa presenta (hasta el 27 de junio) la exposición Releasing the Archive sobre el tema. Hay 18 fotografías murales, la película de la excavación y las de la disolución, y un diaporama (con traqueteo de proyector); una conferencia de Doug Bailey está prevista en junio (ver ésta a 2:22). La exposición en San Tirso dio lugar a un libro bilingüe inglés/portugués, con este texto de Bailey.
Aparecen muchas preguntas frente esta historia. Primero, parece más una construcción inventada que un relato de hechos verídicos: la conservadora amargada que quiere depurar el archivo, el joven profesor que de manera providencial hurga en la basura y el director del departamento que decide unilateralmente destruir un archivo oficial sin consultar con ningún colegio científico, el conjunto parece faltar de veracidad y tenemos la impresión de encontrarnos entre Sophie Calle y Joan Fontcuberta. Pero no está mal pues ello nos permite interrogarnos, primero sobre la evolución de la antropología, sobre el rol político del archivo, claro, (y Bailey cita Mal de archivo de Derrida) y sobre el significado de su decadencia. ¿Es Bailey un justiciero salvador, un chamán que hace performance con un ritual de liberación de las almas prisioneras o simplemente un artista particularmente astuto autor de performance?
Además, en esta antinomia entre preservación del archivo, de la colección, de la obra, y liberación del espíritu encerrado en la obra, entre reglas históricas y reglas morales, hice enseguida un paralelo con las controversias actuales sobre la restitución de las obras a los pueblos y países que los países colonizadores pillaron. Pero, ¿quién tiene derecho a restituir y según qué normas? Y nuestras imágenes, encerradas también pero dentro de mecanismos de vigilancia que nos coaccionan y en redes sociales que las mercantilizan, ¿quién nos las va a restituir?
Luego, pensando un poco, podemos pensar que Bailey, pretendido iconoclasta, es un charlatán: destruye la imagen original pero la reproduce numéricamente creando numerosas copias, en la exposición, en su libro, en sus libros Blurb, en sus videos. Esas imágenes hubieran podido ser olvidadas en el fondo de una caja y su aura se hubiera apagado, pero vuelven en la era de lo numérico, y las almas, liberadas de las diapositivas no pueden encontrar reposo en ese universo de reproducciones infinitas. Y es también esa, una lección que podemos aprender de su trabajo.
Fotos del autor, vistas de exposición y capturas de pantalla.
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