26 de marzo de 2024, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Édith Laplane, Naveta dentata, 2010, fotomontaje, 30x42cm |
¿Se le puede hablar al ginecólogo como se le habla al psicólogo? Se le habla también del sufrimiento, y, por debajo de lo físico, se vislumbra lo mental. Se le habla de dolores inexplicados, deseos insatisfechos, fertilidad inalcanzable, de abortos y de pérdidas, a veces de violación, de escisión, de matrimonio forzado, de virginidad robada. Édith Laplane y Michaël Serfaty son ginecólogos (retirados), los dos son artistas y pareja. Su primera exposición « Ni tout à fait la même, ni tout à fait un autre » -Ni completamente la misma ni totalmente otro- tiene lugar hasta el 28 de abril en Aix en Provence, en el Pabellón Vendôme, palacete del siglo XVIII que protegió los amores de Luis de Vendôme, primo del Rey Sol y de Lucrecia de Forbin Solliès, una mujer de demasiada baja nobleza para que Luis XIV pudiera consentir el matrimonio (y para impedirlo hizo que Luis de Vendôme se volviera cardenal); otra historia de amores contrariados que los dos artistas retoman en algunas de sus obras, en la entrada, bajo los portales de los dos amantes. Cada uno con su trabajo propio (solamente una obra en común) pero que se entrecruza y que en la mayoría de las salas cohabita y corresponde; el de Édith Laplane con objetos y bordados (labor de damas), el de Michaël con la fotografía y la escritura. Su trabajo es más sombrío y más trágico, el de su compañera es más irónico, más llevadero, o en todo caso intenta transformar el drama a través de la sonrisa.
Édith Laplane, A mi infancia, 2013, tapa de colmena, poliestireno, satín, plástico, yeso, resina, 52x44x20cm
Muchas de las obras de Édith Laplane (algunas estuvieron en Paris hace un año) evocan una vulva. Es asombroso que los artistas prehistóricos que casi nunca representaron seres humanos en el arte rupestre (el hombre con erección del pozo de Lascaux es una rara excepción) pero que produjeron estatuillas femeninas con atributos sexuales amplificados (las famosas Venus), cubrieron en cambio las paredes de sus grutas no con falos, son raros, sino con representaciones más o menos simbólicas de vulvas: ninguna duda de que eran un símbolo de fertilidad (puesto que el niño sale de allí, incluso si entonces se ignoraba el papel del esperma en la fecundación), sino que también -en todo caso quiero creerlo- es un signo de placer, una evocación del orgasmo, en una cultura, suponemos, poligámica. Y entonces, aquí, tenemos representaciones igual de simbólicas a base de navettes, aquella galletica de Marsella con forma evocadora, frente al ocultamiento contemporáneo de la vulva, que ni se nombra (y asimilada a la vagina con demasiada frecuencia; ver también a Jason Rhoades y Gianfranco Sanguinetti, The Pussy and its 1704 names), ni se muestra (una excepción suntuosa, el daguerrotipo de Adam Fuss). Una (arriba) muestra la que comúnmente llamamos una vagina dentada, pero quizás esta boca sonría. Otra ansiedad masculina, otro objeto de atracción-repulsión, una vulva llena de escarabajos, que no son amuletos solares sino insectos repugnantes. Una canasta blanca (aquí encima), vulva florida decorada con una cinta funeraria «a mi infancia» grita el desasosiego de la mujer desflorada demasiado pronto.
Édith Laplane, 2905 jours, 2021, fragmentos de bordados teñidos y bordado de hilos teñidos sobre sábana antigua de algodón zurcida, 104x70cm |
Estos sexvotos hablan de reglas (2905 días en la vida de una mujer, y a la derecha la playa blanca de la libertad menopáusica), de abortos (con las muñecas japonesas mizuko para los fetos sin nacer celebrados por Nancy Houston, un motivo desconocido en Occidente, prohibido), de virus de papiloma humano del cuello del útero (aquí, bordados en cuellos de camisa almidonados), de genes, de ADN y de cariotipos (y el pobre Luis de Vendôme se ve premiado con una trisomía con flor de lys). La manera como las mujeres se representan sus vulvas también va bordada a partir de sus dibujos. En una libreta aparece el continente negro, tan apreciado por Freud. Aquí nos alejamos alegremente de la doxa feminista habitual (además esta exposición y sus artistas no aparecen en las páginas de promoción feminista).
Michaël Serfaty, Je vis Sang dire un mot, serie Je vous écris avec la chair des mots |
Michaël Serfaty transcribió las palabras de sus pacientes en un cuaderno enorme, un leporello, en las paredes hay algunas hojas que van acompañadas con fotografías (modelos y no pacientes) magnificadas con objetos: un hilo rojo que le quitó a su mujer complementa una cara devastada y la frase « je vis Sang dire un mot » (en francés es un juego de palabras, sang significa sangre y se pronuncia como sans que significa sin) «vivo sin decir palabra» de una paciente que sufre de menorragia. Todas las frases son trágicas, todas las caras son tristes: «lo que me falta son besos» (la boca llena de chinchetas), «tengo que salir de esto», «cada relación sexual me corta en dos», y quizás menos negro, «Logré decirle que lo amaba». Michaël Serfaty hizo con ello un libro, Les escribo con la piel de las palabras, un poema imagen – texto.
Michaël Serfaty, Scars, los paisajes de nuestra infancia, 2012-2020, 64 fotografías 20x30cm |
Ante el conjunto Scars, los paisajes de nuestra infancia, 64 fotografías de abdómenes con una cicatriz de cesárea, algunas discretas otras enormes, pieles lisas y pieles arrugadas (casi todas blancas), pelusas pubianas ralas y otras abundantes, primero miro de forma extraña y casi vergonzosa, los ombligos: 64 ojos de cíclope redondos o hendidos, hundidos o protuberantes, alguno con piercing, me miran fijamente, me acusan de voyerismo, me rechazan; un hombre incongruente en este ámbito; también dicen que aquellas mujeres que dieron a luz también nacieron de otra mujer. En todas las obras se disimula el erotismo, implícito, que aflora aquí y allí. Y más cicatrices, reparadoras, evocaciones de Kader Attia y de Sophie Ristelhueber. Por otro lado, como un eco a un bordado ADN de su compañera, fotografías frontales de mujeres con velo, enmascaradas, que apenas se muestran.
Michaël Serfaty, serie Vitales, 2023, cada uno 75x55cm |
Un poco más lejos, algunas mujeres vitales que el artista quiso más alegres y más fuertes: en torno a un collage de tarjetas Vitale (tarjeta de la seguridad social francesa), un ensamblaje de objetos: pero aquí también se trata de encierro, infertilidad, dispersión. La exposición va puntuada con pares de formas para zapatos, parejas que se tocan o se separan, coquetean o se pelean. Habría que hablar también de las madres de los artistas, explícitamente presentes (él) o implícitamente (ella, «No es eso»); habría que hablar del tono rojo que domina la exposición, rojo de la sangre menstrual, claro, rojo de las heridas, rojo de las fotografías «maravilladas», rojo del hilo de bordar; habría que hablar de los muebles, de los papeles de colgadura, de los cielos rasos y de la arquitectura del pabellón que sirve de estuche a las obras. Pero lo importante es que esas mujeres, incluso las más estropeadas por la vida, no son víctimas sino guerreras. Se sale de la exposición con la impresión de que el arte puede decir cosas indecibles o en todo caso difíciles de decir y/o escuchar (y no solamente por un hombre). Ah si, casi se me olvida, «Ciertas obras pueden herir la sensibilidad de los visitantes» y eso está muy bien.
Imágenes 3 & 6 in situ del autor; otras Imágenes cortesía de los artistas.
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