mardi 12 septembre 2023

Walter Sickert, desnudos y espejos

 


23 de agosto de 2023, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Portada del libro, con detalle de Bonnet y Claque. Ada Lundberg at the Marylebone Music Hall, 1887, col. part.


Por no haber podido ver la exposición Walter Sickert en el Petit Palais, una pena, me tuve que contentar con el librito de Edouard Dor editado por Espaces & signes. Me parece que fue su primera exposición de envergadura en Francia; recuerdo que hubo exposiciones en Londres, en la Tate Britain y en la Courtauld Gallery. Aprecio la escritura de este autor desde Les Couilles d'Adam, pero este libro más que una inspiración como la que tuvo con Masaccio es una serie de notas cortas sobre unos treinta cuadros después de una presentación más general sobre ese «pintor de la realidad provocadora». 


Walter Sickert, Little Dot Hetherington at the Bedford Music Hall, hacia 1888-89, óleo sobre lienzo, 61x61cm, col. part.


De los cuadros presentados aquí lo primero que retengo es la composición, las miradas que se entrecruzan y el juego de espejos. Así, en el cuadro de la joven cantante prácticamente espectral en la escena del Belford Music Hall, no es tanto el interés de Sickert por el teatro que nos atrae (fue actor brevemente) sino las imágenes desdobladas en los espejos y que nos desorientan. La cantante se ve en un espejo del que percibimos el marco, el camerino a la derecha se pasa a la izquierda en otro espejo y la cantante dirige su grito de amor a un joven del gallinero, fuera de cuadro. El espectador ya no sabe bien en donde se sitúa. 


Walter Sickert, La holandesa, 1906, óleo sobre lienzo, 50.8×40.6cm, Tate Gallery Londres


Sickert es un pintor de la carne, la carne de las mujeres; numerosos lienzos suyos muestran a mujeres desnudas, recostadas, exhibidas, de sexo abierto, una invitación claramente sexual y sin duda mercantil. Yo escribía hace dieciséis años: «Muestra la carne verdadera, cruda, indecente. Su pintura no es meticulosa, sus mujeres no son bonitas, sus decorados no son idílicos: casi siempre en el mismo marco, un interior patético, una pobre cama de hierro debajo de la cual se ve una bacinilla en desorden, luz triste, nocturna, un espejo que no refleja nada. Los cuerpos de las mujeres se ven recostados en la cama, tirados, agotados, pasivos; exhibidos, es verdad, pero sin gracia, como si fueran mercancías, víctimas. Se ven ahí tiradas con las piernas abiertas mostrando el sexo, caderas anchas y senos pesados: trabajadoras del sexo sumidas en su tristeza.» Muestra a La Holandesa de manera frontal acostada en una cama metálica, de carne provocadora, muslo macizo y seno pesado que se exhibe bajo una luz que resalta la animalidad pero cuya cabeza se ve como obliterada, aniquilada, vuelta invisible. Se trata de un cuadro oscuro y trágico en el cual Edouard Dor percibe cierta ternura a diferencia de la ironía cruel de Degas. Dor ve a una mujer sorprendida en su sueño por un voyeur (en la obra de Sickert el hombre en casi invisible pero está siempre presente). 


Walter Sickert, The Rose Shoe, hacia 1902-04, óleo sobre lienzo, 36.9×44.5cm, vendido recién por la galería Daxer und Marschall, Munich


El cuadro más erótico es posiblemente este Zapato rosado: en la parte superior vemos formas blancas y rosas, movedizas, espumosas, dobladas, atropelladas, arrugadas, pintadas de a poquitos; la parte de abajo es oscura, rectilínea, rígida, sin fantasía. En medio de esos rectángulos oscuros, un zapato rosado y su sombra: primero lo vemos solo, sólo él nos conmueve por la promesa que supone y los sueños que provoca. Solamente después vemos que la parte de arriba representa un cuerpo de mujer desnudo recostado sobre sábanas blancas y le damos sentido a la escena. Pero el desorden inicial que el zapato rojo produce en los sentidos es encantador. Edouard Dor se imagina primero algo incómodo, sufrimiento antes que placer satisfecho, pero la sensualidad del zapato pone en dificultad su primera intuición. En todo caso dice, una vez más Sickert mantiene a propósito la ambigüedad.  


Walter Sickert, The Studio, the Painting of a Nude (El gran espejo), hacia1906, óleo sobre lienzo, 75x49cm, col. part.


En fin, el cuadro más interesante y el más complejo es quizás el que junta al pintor con su modelo. Del pintor solamente vemos el brazo extendido en diagonal con un pincel en la mano. Del cuadro a la izquierda no vemos nada. Y la modelo ya no posa: desnuda, se acerca al pintor y al lienzo, cansada, curiosa o tierna. Se ve a contra luz pero su reflejo luminoso en el gran espejo medio escondido por una prenda verdosa hace resaltar el esplendor de la espalda blanca y las nalgas rosadas: quizá, dice Dor, sea ese el tema del cuadro. Nuestra mirada puede errar por donde quiera. (Libro recibido en servicio de prensa). 



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