10 de abril de 2021, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Entre Jean-Marc Cerino y el escritor Jean-Christophe Bailly existe una vieja complicidad que ya se expresó a través de un retrato del escritor por el artista, un blanco sobre blanco apenas visible a causa de las capas superpuestas de pintura que va acompañado de un sueño de ruinas y de caballos contado por el escritor, con un cuadro que éste mismo propone y que el artista simboliza en pintura (Sigismondo Malatesta rezándole a San Sigismondo con dos perros, uno blanco y otro negro), y sin duda ha habido otros contactos fructuosos. Su complicidad acaba de manifestarse a través de un libro, La Reprise et l’Eveil. Ensayo sobre la obra de Jean-Marc Cerino (Macula, 128 páginas, 43 reproducciones de obras y dos fotos del taller). El trabajo de Cerino me interesa (exposición en Paris, 2013, la de Dolle, 2014) por su dimensión histórica (¿quién hace todavía pintura de historia actualmente? y ¿pintura política?), pero especialmente por el esfuerzo de atención que se necesita ante los cuadros, lo que yo había llamado «la imposibilidad de la indiferencia».
Jean-Marc Cerino, Sinti y Gitanos esperando la deportación, 2015, óleo sobre vidrio acrílica y bolsas de abastecimiento de la Heer IIIe Reich bajo vidrio, 118x162cm, página 83. |
Jean-Marc Cerino, 17 de julio de 1917, Petrogrado, estado #1, 2011, óleo sobre vidrio, gliceroftálica con aerosol bajo vidrio, 83×81.7cm, página 52. |
Pero hablemos de la técnica de Cerino: se trata de pinturas sobre vidrio, en general en blanco y negro, algunas veces con reflejos azulados o verdosos; la parte de detrás del vidrio oculta con pintura sintética en aerosol y a veces con aceite irisado, aquí arriba, les confiere a los cuadros una especie de ondeo luminoso, otras veces usa materiales diversos (sábana blanca, sacos de yute y símbolos nazis en los cuadros, más arriba, sobre el Porraimos). La potencia específica de los cuadros está en la dualidad entre el anverso como representación y el reverso como fondo, como soporte visual, al igual que en la aceptación de los errores, de lo que no salió bien, de los chorreados o grietas del vidrio que se convierten en partes que intervienen en la imagen. Algunas imágenes (la exposición 0.10 en Petrogrado o la insurrección de 1917 en la misma ciudad, aquí arriba) son tratadas (parcialmente en el primer caso) en negativo: los cuadros del primero se vuelven espectrales y los cadáveres del segundo no son sino fantasmas blancos casi irreales en un fondo negro profundo (lo que le da la ocasión a Bailly de mencionar sus tesis sobre la incapacidad del comunismo para aceptar la dispersión).
Jean-Marc Cerino, La Ventana de la Esfinge, Cuevas de Bétharam, Pirineos, 2013, óleo sobre vidrio, aceite iridiscente y pintura sintética con aerosol bajo vidrio, 164.5×114.7cm, página 76. |
Es cierto que el diálogo entre fotografía y pintura no es reciente, y Gerhard Richter (no lo mencionan aquí, y sí a Andy Wahrol) es quizás uno de los más elocuentes en la materia; Bailly habla brevemente de la teoría del índice («la fotografía no se despega de su índole de viruta extraída de la masa de lo real», página 93) pero sin tratar de nuevo el enfoque clásico del «ello fue», que tantos teóricos contemporáneos de la imagen han maltratado (James Elkins por ejemplo). La fuerza del libro reside más bien en su relación con la historia, en la manera como el pintor hace resurgir y representa la latencia en la imagen-fuente que vuelve a trabajar y arregla. Sin ser una monografía propiamente dicha, es un trabajo bastante completo y esclarecedor. Ver video entre 59’40 » y 1h10′.
Libro recibido en servicio de prensa.
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