16 de abril de 2021, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Recuerden cuando a principios de los años 90, Internet era un espacio de libertad, un universo de posibles, libertario y autónomo que permitía todos los sueños. Y lo fue, un poco, un tiempo; la existencia de este blog es un modesto testimonio. Otros, mucho más significativos fueron las revoluciones árabes, los movimientos de los Indignados y Occupy, o los espacios de seguridad que permitían los «leaks». Y luego Internet pasó bajo el yugo de los estados y de las GAFAM, y se volvió un espacio de mercado y de coacciones, un imperio de la vigilancia y de la censura con toda suerte de pretextos, lucha contra el «terrorismo», ofensas contra la moral políticamente incorrectas. Olvidados los sueños libertinos y libertarios. Algoritmos, moderaciones y mercantilización en las redes sociales restringieron nuestras libertades, formatearon nuestras diferencias y condicionaron nuestros pensamientos. Y entramos en esas trampas conscientes y voluntarios: renunciamos voluntariamente a nuestra intimidad y a nuestra vida privada al exponerla en Facebook o en otros lugares, nos sometimos voluntariamente a esta sociedad del espectáculo, a los nuevos tribunales de la moral que son las redes sociales, nos resignamos a que nos vigilen a punta de cookies y de likes, o peor, a ser bienes comerciales cuyos datos son comerciables, a convertirnos en fichas en batallas de moralina o de separatismo. Nuestra utopía de hace 30 años ha perdido toda consistencia.
Samuel Bianchini, Discontrol Party #3, 2018, f. Alexis Komenda, pág. 158. |
Pero quedan algunos irreductibles, como el pueblito galo, algunas personas que se niegan a someterse, y es la dimensión artística de algunos de ellos que expone un libro de Jean-Paul Fourmentreaux, antiDATA, la désobéissance numérique, art et hacktivisme tecnocritique - la desobediencia numérica, arte y hacktivismo tecnocrítico- (Dijon, Les presses du réel, 2020, 232 páginas). Después de una introducción que expone las ideas, más arriba y las sitúa en una línea filosófica (Guattari, Lévi-Strauss, Certeau, Agamben, …), presenta a nueve artistas (o colectivos) que juegan contra el aparato, «muerden la máquina, vuelven a abrir las cajas negras, recuperan las riendas», desobedecen y distorsionan, y, a menudo se lo gozan.
HeHe, Nube Verde, Saint-Ouen, 2009, pág. 188. |
Tenemos entonces a los que cacharrean, por ejemplo Benjamin Gaulon que desprograma la obsolescencia programada, que reanima las máquinas caducadas y estetiza la avería para crear por ejemplo glitch art con lectores electrónicos cuya pantalla es defectuosa. O por ejemplo H.EH.E (Helen Evans & Heiko Hansen) que proyecta un laser verde sobre la nube de humo de las centrales térmicas o de las plantas de incineración, una experiencia participativa en Finlandia, en donde los habitantes interactúan con la nube simbólicamente para reducir su consumo, proyecto prohibido en Saint-Ouen, proyecto pirata en Ivry; los mismos habían coloreado uno de los vidrios del último piso del Centro Pompidou, su opacidad evoluciona en función de la polución.
Julien Prévieux, « What shall we do next? » (Séquence 3), film still, 2014, cortesía Jousse entreprise, no está en el libro. |
Tenemos a los que van de caza a los territorios de las GAFAM, y vuelven con trofeos ilícitos. Christophe Bruno distorsiona los «adwords» de Google y crea poemas aleatorios engañando los algoritmos lingüísticos. El autor hubiera podido incluir ahí el trabajo de Lionel Bayol-Thémines sobre las fallas espaciales de Google Earth (allí contribuí con un pequeño texto). Julien Prévieux (de quien no hemos olvidado las cartas sin motivación, ni cuando sustrajo las huellas digitales de Sarkozy) hace statactivismo, es decir judo contra la máquina, tiro de granos de arena en los engranajes: hizo una coreografía con los gestos patentados utilizados para scroller y para manejar ficheros (What shall we do next?), cambió el uso por las técnicas de mercadeo de los movimientos oculares, fotografió clandestinamente con teleobjetivo unos garabatos que había en un tablero en la sede de Google: juega con ese tipo de negligencia, aquellas fallas para desmontar mecanismos. Otro cazador, Samuel Bianchini organiza Discontrol Parties, (arriba) mezclando la interacción lúdica (como en una fiesta rave) y la vigilancia, usando las mismas herramientas numéricas: los participantes se someten dócilmente a las reglas y descubren el control que se ejerce sobre ellos.
Trevor Paglen Sight Machine, 2017, Kronos Quartet, vista de la performance, Pier 70, San Francisco, 14/01/17, pág. 53. |
Algunos van más lejos y sabotean verdaderamente el sistema. Los dos miembros de Disnovation (Nicolas Maigret & Maria Roszkowska) no solamente descifran los algoritmos sino que los usan con otros fines, pirateo de películas o creación rebuscada de títulos de obras de arte. Trevor Paglen (de quien podremos ver – bientôt inch allah – en el Centro Pompidou una entrevista con Hito Steyerl, que no hubiera desentonado aquí) elabora mapas de vigilancia en donde localiza a los que nos vigilan, toda la infraestructura de las bases, cables, drones, cámaras, pan caliente para una acción más violenta; Plagen ridiculiza los algoritmos de identificación con Sight Machine («si Sunny es 59.65% mujer, ¿quién lo es 100%? ¿Barbie? ¿Grace Jones? ¿Algela Merkel?). Y Paolo Cirio (no hay que olvidar que su obra sobre la vigilancia de policías fue censurada el año pasado en Fresnoy por Alain Fleischer por orden de Darmanin) es quizás el más experto para parasitar la vigilancia, anima los fantasmas de Google Street Wiew, pone carteles de retratos de dirigentes ultrasecretos de la CIA, del FBI y otros organismos (Overexposed, abajo, el almirante Michael Rogers, Director de National Security Agency), y organiza un esquema de seudo fraude fiscal para Fulano que Paypal se apresuró a bloquear: es un guerrillero de la autodefensa numérica.
Paolo Ciori, Overexposed, 2015, pág.73. |
Libro recibido en servicio de prensa.
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