14 de marzo de 2022, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Hay muchas maneras de hacer imágenes sin personajes humanos, bodegones, paisajes, abstracción. Se pueden representar nubes, al igual que Boudin, Turner, Le Gray o Stieglitz, podemos inspirarnos de Baudelaire y de su diatriba contra «el universo sin el hombre», podemos jugar con la desaparición del personaje, al igual que Isabelle Le Minh al borrar las representaciones humanas en la obra de Cartier-Bresson, Anne Deleporte que las guillotina, o William Bornefeld que las prohibe, podemos mostrar sólo no-humanos, zombis o robots. El libro L’image sans l’homme -La imagen sin el hombre- de los Carnets du BAL, dirigido y presentado por Thomas Scheller explora algunas de esas avenidas (no todas, ni mucho menos). Se organiza en cuatro partes: Historia oculta, Pantallas despobladas, El arte antropófugo y Sens humain del «sin humano»
La primera parte, Historia oculta, es a lo mejor la más floja: el psiquiatra Yves Safarti explora el arte de la prehistoria de cual no es especialista, para estudiar no la ausencia del ser humano sino la casi ausencia del macho: las manos sopladas no tienen género y las grutas están repletas de vulvas pintadas y esculpidas a las que tenemos que añadir las Venus, lo que hace que el inusual hombre con visón de la cueva de Lascaux no tenga buen aspecto. El autor se basa exclusivamente en las hipótesis de Alain Testart, lo que produce un texto que seduce pero no convence. El ensayo siguiente presenta el trabajo sonoro de Bernie Krause sobre la naturaleza y los animales, interesante pero no tiene mucho que ver con el tema. Luego el ensayo largo y confuso de Marielle Macé sobre cómo hablan las cosas, es también poco pertinente. Menos mal que el resto del libro es mucho más interesante.
La sección «Pantallas despobladas» empieza con un texto de Vincent Lowy sobre dos películas de Werner Herzog en las cuales falta el hombre: en las escenas apocalípticas del volcán La Soufrière, la ciudad vacía abandonada a los animales, los habitantes huyeron la explosión volcánica; en Lecciones de la oscuridad, los paisajes devastados de Koweit incendiado no muestran más que huellas humanas. Lowy formula el trabajo tan peculiar de Herzog con una crítica pertinente del info espectáculo. Después vemos el trabajo de Trevor Paglen, The Last Pictures: se trata de cien imágenes de la humanidad confiadas a un satélite para que sean visibles después de la destrucción de nuestro planeta, después de la desaparición del hombre sobre la Tierra: es como si fuera un moribundo que a la hora de la muerte viera pasar su vida, su historia en un flash. En fin, Elsa Boyer analiza de forma bastante documentada y con bastantes investigaciones históricas, los paisajes de los juegos video: decorados desiertos, lugares despoblados; cita el trabajo de Harun Farocki (pero no a Thibault Brunet).
La sección «El arte antropófugo» empieza con una entrevista a Abraham Poncheval que cuenta sus experiencias desligadas del mundo humano, cercanas al mundo animal. El trabajo de Bruce Conner, Crossroads, revisita las miles de fotografías y películas que hizo el ejército estadounidense cuando la explosión atómica en Bikini en 1946: normalización de la catástrofe, estetización y puesta en práctica política (sabiendo que los estadounidenses prohibieron durante mucho tiempo la difusión de las imágenes tomadas en el suelo en Hiroshima y Nagasaki que mostraban las consecuencias concretas, físicas, humanas de la catástrofe). Bertrand Tillier analiza después los trabajos de tres fotógrafos sobre lugares desiertos: Alexandre Guirkinger muestra la línea Maginot y privilegia las formas antes que la historia (al igual que Paola de Petri en otra zona de combates); Guillaume Greff muestra una ciudad muerta (con mezquita, claro), que es en realidad un campo de entrenamiento urbano de los comandos del ejército francés (buen tema ya explorado por muchos otros, Broomberg & Chanarin y Yarom Leshem que habían mostrado Chicago, un pueblo palestino falso utilizado para entrenar a los soldados israelíes de ocupación); y Nicolas Moulin vacía la ciudad y la cubre con hormigón (como lo estaban algunas casas de Berlín que colindaban con el muro). En fin Catherine Grenier produce un texto muy completo sobre Sophie Ristelhueber, que supera el ámbito del libro pero analiza muy bien sus series «inhumanas», de las ruinas de Beirut a las huellas en el desierto; es también el relato de una huída, de lo que el artista no hizo, no pudo hacer.
La última sección, «Sentido humano del ‘Sin humano'» empieza con un ensayo sobre el «fukeiron», enfoque en el cual Japón sólo se muestra como si fueran paisajes en los cuales el poder estatal invisible e inhumano se superpone, un «imperio de los signos»: Pauline Mari analiza una película de Masao Adachi sobre un asesino en serie que nunca vemos en la pantalla. Marc Leschelier analiza diversos modos de arquitectura sin hombre. Alec Soth presenta a individuos cortados del mundo. Y Maxime Bondu cuenta algunas historias incongruentes de desaparición, es el capítulo más entretenido para concluir la selección, que no es una teoría o una historia de la desaparición en la imagen sino que se parece más bien a los actos de un simposio, con contribuciones más o menos interesantes, más o menos pertinentes.
Libro recibido en servicio de prensa.
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