dimanche 14 avril 2019

Stéphane Mandelbaum, ni judío, ni gánster, artista

08 de abril 2019, por Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)



Stéphane Mandelbaum, Autorretrato, v. 1980, mina de grafito sobre papel, 78x65cm, col. part., Bruselas

«Un destino trágico no es suficiente para dar talento» : con estas palabras el galerísta Bruno Jean empieza su texto sobre el artista belga Stéphane Mandelbaum (1961-1986), de quien el Centro Pompidou presenta los dibujos (hasta el 20 de mayo). Demasiado a menudo, para Mandelbaum como para otros (en arte marginal y en otras partes), lo trágico de la vida es el filtro obligatorio a través del cual tiene que pasar la mirada para apreciar la obra. Así, ensayos y criticas sobre Mandelbaumn no dejan de contar su destino atormentado: disléxico, marginal, pícaro, asesinado por sus cómplices. Antes de mirar su trabajo quizás sea sano desmontar algunos de sus mitos, empezando por su muerte. Mitómano comprobado en busca de reconocimiento, Mandelbaum se vanagloria de atracos y robos nunca cometidos (que lista cuidadosamente: ver su «Expediente Pro Justitia», pág 65 del catálogo), y uno de sus robos bien real termina mal: al robar en el domicilio de una señora mayor (en Ixelles o avenida Luisa, las biografías divergen), se lleva no un Modigliani sino una copia, La Femme au camée (Mujer con camafeo), (ningún cuadro se llama así). Mandelbaum no se robó el cuadro que era y sus cómplices se niegan a pagarle cuando él les reclama lo que le deben y lo asesinan. Por muy fascinado que estuviera con el hampa y los gánsteres, Maldenbaum no es sino un aprendiz pillastre, no está a la altura de Pierre Goldman, que admira tanto y de quien hace el retrato (además, tampoco tiene la dimensión política; la comparación frecuente, es bastante abusiva).

Stéphane Mandelbaum, Kischmatores ! (Retrato de Arié Mandelbaum), 1982, mina de grafito, lápiz de color y collage sobre papel, 150x118cm, col. Poznanski, Bruselas

Stéphane Mandelbaum es el hijo del pintor y profesor de arte Arié Mandelbaum (de quien no sé nada, aparte este texto de John Berger), quien impulsa su trabajo y su exhibición, y el nieto del judío polaco Szulim Mandelbaum que llegó a Bélgica en 1924. De madre armenia, no judía: por esa razón los rabinos no permitieron que lo enterraran en el cementerio judío de Bruselas, pues el matrilinaje de la Halakhah le niega la calidad de judío. Sin embargo toda su obra está impregnada de identidad judía, el genocidio de los judíos por los nazis es omnipresente en ella, en sus dibujos se encuentran inscripciones en hebreo y en yiddish, como para compensar esa negación en ese momento implícita. En cambio Mandelbaum oculta totalmente su ascendencia materna: no aparece ni una alusión al genocidio de los armenios por los otomanos (realmente menos presente en los medios), ni una grafía en bolorgir o en erkathagir, negación total de la mitad de su herencia a favor de la otra que sin duda está más presente culturalmente, pero que finalmente, lo rechazará.

Stéphane Mandelbaum, Pier Paolo Pasolini (con la Pietà d’Antonello de Messine, 1477-1478), v. 1980, Bolígrafo, marcador de color y collage sobre papel, 51.7×71.2cm, col. Crochet, Bruselas

Bueno, después de haber hecho el paso obligatorio por su biografía, miremos sus dibujos. La mayoría de los temas combinan una pasión juvenil por los «héroes» (Goldman, Pasolini arriba, Bacon, Rimbaud), a veces ingenua y enternecedora (ver el estilo infantil de sus borradores de carta a Francis Bacon), con obsesiones invasivas por la judeidad, por el sexo y por la violencia. Allí vemos una intensidad que no deja indiferente pero que puede chocar o irritar. Su registro favorito es la transgresión, la profanación, a la vez colegial y cargado de significado, como el retrato (arriba) de su padre intitulado «Kischmatores» (bésameelculo en yiddish) con una foto porno nazificada, o como la yuxtaposición de un sexo circunciso en erección y del portón de Auschwitz. Por muy precoz y culto que sea sentimos una gran malestar ante algunas de sus provocaciones infantiles, no tanto pr ellas sino por lo que ellas rebelan de la inmadurez de su autor (aquí abajo, «pipi sur Picasso»).

Stéphane Mandelbaum, Composition (Retrato de Bacon), 1980, bolígrafo y marcador de color sobre papel, 50x70cm, col. Graffe, Bruselas

Olviden entonces la dislexia, el mitad-judío, el ladrón principiante, el obsesionado sexual (a veces homosexual), el machista que solo ve a la mujer como objeto sexual, el crío provocador, y miren únicamente sus dibujos, disociados de la historia de su vida (lo que pocos críticos hacen realmente, demasiado fascinados por la leyenda: dos excepciones, esta crítica y el ensayo de Choghakate Kazarian en el catálogo). Hechos con bolígrafo, con urgencia y frenesí. Algunos de sus retratos están invadidos por signos, palabras, fotos añadidas (a menudo pornorgráficas como con su padre, a veces reproducciones de cuadros como con Pasolini arriba), todos son «comentarios» que orientan el sentido del dibujo de forma unívoca, restrictiva, desambígua: el dibujo parece entonces no ser suficiente para la expresión y a partir de entonces se pierde, no en una plenitud como Basquiat, sino en un tumulto ensordecedor en donde el ojo se desvía, como en la parte derecha del dibujo aquí arriba. 

Stéphane Mandelbaum, Der Goebbels, v. 1980, mina de grafito y guache sobre papier marouflé sobre lienzo, 150×120.5cm, Centre Pompidou

En otros más sencillos, la figura sola se desprende de un fondo blanco, flota en medio del papel, y grita. Grito de orgasmo de la actriz del Imperio de los sentidos (abajo), grito de angustia de un gueule cassé (cara rota), grito de odio de Goebbels (aquí arriba). No es de extrañar que el Centro Pompidou haya adquirido el extraordinario dibujo de Der Goebbles (y no otro más «exuberante», no obstante el entusiasmo de Blistène a todos los niveles en su prefacio del catálogo): la precisión de los rasgos y la representación de los volúmenes, cabeza, manos, cuello negro, impermeable, están más detallados que en el resto de su trabajo y, al mismo tiempo, toda la fuerza del dibujo está en el surgimiento de la boca del dignatario nazi, desmedidamente abierta y sin dientes. La mancha blanca parece una nube saliendo de su boca: no es sino un «globo» de historieta parasita, uno de sus camaradas de clase le había puesto por juego un grafiti enigmático («Job, tengo sed») y Mandelbaum lo borró con Tipp-ex. 

Stéphane Mandelbaum, El imperio de los sentidos, 1983, mina de grafito sobre papel, 138x115cm, col. Karmitz, Paris

¿Mandelbaum, inclasificable? No lo creo. En lugar de vincularlo pasivamente con los artistas que admira o de quienes se inspira, podemos verlo, por muchos aspectos, como a un artista marginal con una gran cultura artística (gústele o no a Dubuffet), o como un expresionista en la linea de Grosz y de Dix (pero de manera más apagada, más gráfica: ver su inválido de brazalete con esvástica, p.81 del catálogo). El trazo rápido, apresurado, febril testimonio de una energía devastadora lo vincula con esas dos familias. Otro trazo extraordinario es su uso del vacío y del blanco en algunos dibujos: las composiciones que resultan (como el imperio de los sentidos o sus autorretratos) encuentran en ese desequilibrio entre lleno y vacío, entre dibujo y blancura, una armonía extraña.  

Además de su página, ver reproducciones en las páginas de esta galería, de ésta y de aquella

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