(artículo original en francés, aquí)
David Hockney en pleno acto de creación artística |
Rara vez me he aburrido tanto como en la exposición de David Hockney en Pompidou (hasta el 23 de octubre) : todo es tan previsible, tan arreglado, tan para gustar. Parece un jugador de tres cartas haciendo su número, al tiempo que los textos que acompañan la exposición le añaden todavía más, citan todas las justificaciones posibles para valorizar al artista, un procedimiento que bien conocemos (la referencia a Vermeer porque la luz viene de la izquierda es mi preferida). Se pasa de vaina en vaina, de pavoneo en pavoneo : ¡ah, el hedonismo californiano! ¡ah, las imágenes homoeróticas a hurtadillas! Si Greenberg dijo que sus lienzos no deberían verse en cualquier galería que se respete, no es porque son figurativas (como lo insinúa el cartel), sino porque son falsas, son engañifas, son coge pelotudos. Es de verdad un suplicio ir de sala en sala rodeado de tal mediocridad comercial.
David Hockney, Gregory swimming, LA, 31 de mayo de 1982 |
El único momento de respiro está en la sala en donde exponen sus composiciones con polaroids : aunque allí también se vuelve una vaina (perspectiva invertida y puntos de vista múltiples), algunas de las composiciones juegan con la simultaneidad y la ubicuidad, como la del nadador repetido y multiplicado unas treinta veces. Uno de los raros momentos en los que percibimos cierta densidad, una reflexión no comercial. Para huir.
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