06 de mayo de 2017, por Lunettes Rouges
(Original en francés, aquí)
Henri-Edmond Cross, Las islas de Oro, 1891 1892, Orsay |
Al principio de la exposición Más allá de las estrellas en el Museo de Orsay (hasta el 25 de junio), uno se siente un poco raro ante la abundancia de celestial, de misticismo, contemplación y vértigo psicodélico. Es cierto que la abstracción nos invita a la contemplación, y que el all over puede ocasionar visiones, estoy de acuerdo, y que el simbolismo refuerza lo místico, claro que si. Se introduce en la mente de manera insidiosa y bajo la apariencia de paisaje místico, la idea de que estamos asistiendo a una parada de la anti razón y de un arte orientado (extendiéndose bastante) para provecho de posturas que se ubican entre ocultismo y religiosidad más o menos paganos. No es que los cuadros de las primeras salas no sean interesantes, muy al contrario : Monet, almiares, catedrales, y nenufares, van Gogh y Gauguin, Maurice Denis y Henri-Edmond Cross (la descomposición pictórica de Las Islas de oro, centelleante y como ingrávida), y muchos más, pues al Museo de Orsay nunca le cuesta impresionarnos con este periodo. Pero algo me recuerda el catecismo, cuando el capellán nos explicaba que la belleza del mundo era la prueba de la existencia de Dios...
Frederick Varley, Temprano en la mañana : La montaña de la Esfinge, hacia 1928, col. McMichael Kleinburg |
Y de repente, en la cuarta sala, uno se despierta, se estira, se entusiasma. ¿Quién conocía a esos pintores canadienses? ¿Quién no había visto nunca ni siquiera un lienzo pero sí escuchado el nombre de Emily Carr, cuyos efectos atmosféricos, juego de luces y cercanía con las culturas "primitivas" aportan tal energía, tal viveza, tal brillo celeste? ¿Quién había visto una montaña de Frederic Varley, magma incandescente y fuerzas telúricas de colores acaramelados de principios del mundo, o un pico nevado de Lawren S. Harris (arriba) construcción geométrica pura y radical? ¿Quién sabía que el pintor Tom Thomson con sus auroras boreales atormentadas se había ahogado a los 40 años en el lago Algonquin que tantas veces había pintado?
Lawren S. Harris, Isolation Peak, hacia 1929, U. Toronto |
El verdadero hallazgo de la exposición es la sala en la que vemos juntos a Strinberg (un cuadro de doble faz, muy material y con olas atormentadas) y a Holder, no solamente por los artistas que descubrimos en ella (hay tres libritos Firefly en venta en la librería del museo si quieren saber más aunque brevemente) sino también porque es en ella que el tema del paisaje místico desarrolla su sentido verdadero.
Lo que a menudo en nuestras latitudes parecía demasiado artificial y superficial, en el Gran Norte se despliega con mucha más facilidad. Cercanía con una naturaleza brutal, herencia de los Primeros Pueblos, fragilidad humana, desenfreno de los elementos, todo conduce a una experiencia mística que uno se imagina más veraz que bajo la clemencia de nuestros cielos.
Eugène Jansson, Riddarfjärden à Stockholm. 1898, National Museum Stockholm |
Ya estamos de mejor composición para el resto de la visita. Aunque en la sala siguiente consagrada a las noches, las vistas nocturnas de las montañas de Assis del franciscano Charles-Marie Dulac parecen imágenes de catecismo, diáfanas y lisas, los lienzos del sueco Eugène Jansson tienen en cambio una fuerza asombrosa : juegos de luz en el agua, liviandad vaporosa, torbellinos acuáticos, no menoscaban al lado de la Noche con estrellas de van Gogh.
Edvard Munch, El Sol, 1910 1913, Museo Munch Oslo |
Después de unos lienzos con paisajes de guerra (entre los cuales unos Paul Nash angulosos y rítmicos) que sólo tienen una lejana relación con el tema de la exposición (paisaje material y brutal, en las antípodas de lo místico, pero de calidad), la última sala nos conduce a un cosmos de ensueño : el sol de Munch nos irradia como una bomba atómica y el lienzo casi abstracto de Hilma af Klint nos lleva hacia la teosofía y el espiritismo. Ha desaparecido el paisaje sólo queda el espíritu. Al principio exposición no tiene mucha gracia pero termina muy bien.
Vista de la tienda de la exposición Jardines |
Del paisaje al jardin no hay sino un paso. Entre la calidad de la exposición de Orsay y la literalmente pobre exposición Jardines en el Grand Palais (hasta el 24 de julio), hay un abismo. Es una exposición correcta desde el punto de vista hortícola, con sus cacharros diversos (400 muestras de tierra, álbumes botánicos, xilotecas, etc.) y su tienda de útiles para el jardin a la salida (arriba), pero intelectualmente, estéticamente, no es de buen nivel : hay algunas obras de calidad (un Kudo pequeño, fotos poco conocidas de Paul Strand) perdidas en una masa mediocre y comercial (joyas de van Cleef & Arpels y Cartier en la exposición no en la tienda...). Todo lo que se parezca a una planta está bien para sacar provecho (Magritte, Giacometti, Richard Lang), aquí el jardin no es sino un decorado, lugar para fiestas o decorado para ruinas : no hay nada sobre la dimensión mística del jardín medieval, nada sobre las ciudades jardín o los jardines obreros y su papel urbanístico, nada sobre los jardines árabes, orientales o persas : aquí el jardin es únicamente francés y burgués, creado solamente para el placer. Para muestra el hecho de que hayan comunicado sobre la exposición con el retrato (por Emile Claus) de este humilde y entregado servidor. Mejor cultiven su jardin.
Fotos cortesía del Museo de Orsay excepto la segunda y la última (del autor)
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