samedi 27 janvier 2024

Berthe Morisot : una exposición rancia


16 de enero de 2024, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Édouard Manet, Retrato de Berthe Morisot recostada, 1873, 26x34cm, Museo Marmottan


En el templo del buen gusto francés que tanto les gusta a la viejas metomentodo que es el Museo Marmottan, hay una exposición (hasta el 3 de marzo) que podemos calificar de rancia, es decir que va hacia atrás, hacia el pasado, siendo además, un pasado bastante idealizado. Su objetivo es mostrarnos que Berthe Morisot fue ante todo una pintora heredera de la tradición de los libertinos del siglo XVIII, Boucher y Fragonard, mas que una pintora anunciadora de la modernidad impresionista e incluso más. Tres argumentos: su medio familiar, citaciones de la tonta de su hija («a mamá sí que le encantaba Fragonard»), algunas consideraciones vagas sobre sus «colores vivos y vibrantes», la «sabia libertad de hechura», su «filiación con un buen vivir que exalta la felicidad y la gracia» y otros discursos desabridos, su práctica episódica del pastel (un arte tan del siglo XVIII...), incluso, de manera más machista, su feminidad y su virgíneo (según Renoir, quien comparaba la pintura de las mujeres como ella, con una vaca que pintaba con la cola, un Aliboron por anticipado). 


François Boucher, Apolo revelando su divinidad a la pastora Isse, 1750, detalle, Museo de Tours, f. del autor


Berthe Morisot, Apolo revelando su divinidad a la pastora Isse,, según François Boucher, 64.2×79.4cm, Museo Marmottan, f. Christian Baraja SLB


Lo ridículo es que ese discurso hueco no va respaldado, en absoluto, con la comparación de los cuadros cuando están juntos. Tomemos por ejemplo el cuadro de François Boucher, Apolo revelando su divinidad a la pastora Isse, del Museo de Tours (a donde Berthe Morisot va religiosamente después de la muerte de su marido, como una promesa hecha al difunto). Primero, claro, Morisot no pinta a Apolo: en 2019 las preciosas ridículas feministas me atacaron pues a propósito de la exposición Morisot en el Museo de Orsay yo había anotado que Morisot casi no pintaba hombres, ni amigos, ni pintores, ni escritores, que sin embargo frecuentaba constantemente; sólo un hombre en sus lienzos, tres o cuatro veces en total, Eugène Manet, un marido insignificante con el que se casó pues no tenía nada mejor, y que su amor apasionado por el hermano, Eduardo, sifilítico y ya casado, no podía ser. Androfobia pictórica aunada con androfilia social: una ambigüedad que según lo que sé, nunca ha sido aclarada realmente, cuando ninguna otra artista había renunciado tan radicalmente a la mitad de la humanidad. Además, tenemos aquí el retrato revelador de su marido en la Isla de Wight, encerrado en su casa mientras que unas mujeres libres se pasean por la calle. Así que, en este caso, copiando a Boucher, Morisot se contenta pintando a las dos ninfas de abajo a la izquierda. Pero mientras que las de Boucher son unas criaturas carnales, las de Morisot parecen ser simples espíritus que se funden con los cañizales: pasamos de una pintura realista a una representación más etérea. Es verdad que podemos encontrar colores parecidos pero la línea es fundamentalmente diferente, las formas se disuelven, se vuelven nebulosas, inciertas, sin contornos demasiado definidos (resalta en los retratos de mujeres en traje de noche). ¿Podemos pretender ver allí una verdadera filiación?


François Boucher, Muchacha dormida, 35x55cm, Fundación Jacquemart André Chaalis




Berthe Morisot, Descanso (Muchacha dormida), 1892, 38x46cm, col. part., f. Thierry Jacob


Otro ejemplo que presentan, el Descanso. El de Boucher es deliciosamente erótico: la jovencita está soñando, los ojos cerrados, los labios húmedos y sonrientes, los pezones endurecidos (y a Morisot le parece «extremadamente atrevida»). Nada de eso en la obra de Morisot («el siglo XVIII sin libertinaje» dice cruelmente Focillon, y sin embargo su pintura sabe ser sensual, si no voluptuosa): su muchacha de aire alelado, de boca entreabierta quizás esté roncando levemente, su seno está flácido. Y ante todo, se trata nuevamente, de una pintura diferente: en lugar de las líneas claras y realistas de Boucher, Morisot logra un borroso vaporoso del más bello efecto. Entonces, como esta exposición sólo ira hacia el pasado, no se dejen engañar, pues además no verán aquí (tampoco en Orsay) sus lienzos «sin terminar», ni su evolución después de la muerte de su marido, hacia una pintura más sencilla que va casi hacia la abstracción. 


Anne-Laure Sacriste, Retrato de B.M. recostada, 2023, huecograbado (Valentine Schopfer), 45x60cm, f. del autor


A la vez encantado por la belleza de la pintura de Morisot y algo agobiado por la vacuidad pasadista que reina en la exposición, el espectador desamparado se refugia en el sótano en donde siente dos momenticos deliciosos. Primero (arriba) uno de los retratos de Morisot por Manet que Jean-Daniel Baltassat (autor de la mejor biografía novelada de Morisot) califica de «obras alucinadas, inmostrables en esa época, pues no se trata tanto de «retratos» sino de erupciones de deseos (negros)». Este pequeño retrato, de un erotismo intenso, es mucho más que una declaración de amor, es el grito de un hombre devastado por una pasión que no puede saciar. Basta compararlo con el triste y melancólico retrato (mal expuesto en una alcoba) que Marcello (la duquesa de Castiglione Colonna) hace de su «amiga de corazón» para asir la diferencia entre la llama y la ceniza, entre la modernidad y el pasadismo. El otro momentico delicioso es el trabajo de Anne-Laure Sacriste sobre este retrato, visto como una infracción, que reinterpreta en un huecograbado descentrado, fantasmal y saturado de negro y que acompaña con una instalación mínima entre monocromos casi negros y aros y placa de cobre, para tratar la falta y la inhibición. Un juego que va acompañado con un corto grisallante. Los gemelos, sobre dos figuras atléticas del Museo arqueológico de Nápoles: una tensión y un equilibrio que estructuran la sala. Aquí se respira. 




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