mardi 25 août 2020

Brognon Rollin, pasafronteras, taumaturgos del tiempo

 


8 de agosto de 2020, por Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)


Brognon Rollin, Fate Wlli Tear Us Apart (Stefano), Línea del destino de la mano derecha de un toxicómano. Neón blanco, Diam 0,8mm, 199 x 80 cm. 
Obra realizada en el marco de una misión voluntaria en Abrigado (Luxemburgo), sala de consumo de drogas.
f. Aurélien Mole

A primera vista el trabajo del duo Brognon Rollin (« L’avant-dernière version de la réalité », au MAC VAL hasta el 31 de enero y el BPS 22 de Charleroi, a donde la exposición irá después, a finales de 2021) parece un testimonio de cierta realidad social: la de los drogadictos en las mesas de las salas de consumo supervisado y neón dibujando la línea de la vida de un toxicómano (¿tan frágil y ya predestinada?) con el cual corresponden las líneas de la vida de centenares de estatuas, de Napoleón a Edith Piaf (Famous People Have No Stories, 2013-), o de algunos prisioneros que expresan con sus desplazamientos, su sumisión a las reglas que les imponen sobre la ocupación del espacio (Attempt of Redemption, 2012-2013), la de una prisionera en libertad condicional que lleva brazalete electrónico y cuyos desplazamientos limitados y controlados se expresan aquí a través de persecuciones luminosas (El brazalete de Sophia, 2019-2020).

Brognon Rollin, Subbar Sabra, 2015, dos pantallas video F. Aurélien Mole, reencuadrada

También podría creer que es más bien un trabajo inspirado por la geopolítica: yo conocía ya sus cartografías insulares, calcos en cantidades del litoral de una isla, Gorea, lugar emblemático de la memoria de la esclavitud, y Tatihou, que fue lazareto, campo de prisioneros y centro de reeducación (Cosmographia, 2015), entonces escribí que «el mapa como la historia no son fieles a la realidad que se supone representan» y que esos artistas tienen como objetivo «crear algo verdadero en lugar de buscar una verdad». Sus estadías recientes en Palestina* los inspiraron muchísimo: imposible tener un terreno de fútbol normal en el casco antiguo de Jerusalén (The Agreement, 2015, en donde, a diferencia de uno de los autores del catálogo, no veo ninguna señal positiva para la resolución del conflicto), un viacrucis al contrario, en el cual,  el que alquila las cruces que cargan a sus espaldas los peregrinos que siguen la via Dolorosa hasta el Santo Sepulcro, como un Sísifo moderno, tiene que subir de nuevo sus cruces de 25 kilos cada una hasta el punto de partida (There’s Somebody Carrying a Cross Down, 2019; video y, más abajo, una cruz), ambigüedad bi cultural esquizofrénica de la tuna (Subbar / Sabra, 2015, en dos pantallas, arriba) por la imposibilidad de injertar espinas extraídas en un kibutz de Neguev / Naqab y transplantadas a una higuera demasiado lisa en Jerusalén, es como una huella fantasmal de la presencia de los autóctonos expulsados (su catastro existente surge 72 años después), de su rechazo de ser borrados y de su resiliencia frente a la apropiación colonial. 

Brognon Rollin, Statu Quo Nunc, 2016. Placa de vidrio opacado con ácido, foto de la escalera del Santo Sepulcro, 100 x 70 x 1,9 cm. f. Brognon Rollin.

De esta estadía en Palestina, la obra más compleja es, me parece, Statu quo nunc (2016): en la fachada del Santo Sepulcro hay una escalera de madera inamovible, que simboliza el Statu Quo entre las seis comunidades religiosas que comparten el lugar según unas reglas territoriales estrictas decretadas por el Sultán Abdulmecid en 1852. Los artistas venden ante notario (Sr. Jean-Michel ATTAL) ocho fotografías de la escalera, que se hicieron entre 1903 et 2015 (semi ocultas bajo placas de vidrio esmerilado), con un contrato que estipula que si retiran la escalera (entonces se rompería el Statu Quo), los artistas reembolsan los 15.000 euros que pagó el coleccionista y la obra será destruida. Es así como un evento real, totalmente exterior e imprevisible (y catastrófico para el santo lugar), podría perturbar la relación entre artista y coleccionista y conducir a la destrucción de su huella visual. La huella inmaterial como en las zonas de sensibilidad pictórica inmaterial, o en el arte furtivo, y por ende la tensión entre lo físico y lo inmaterial, una amenaza incontrolable de la desaparición


Brognon Rollin, Classified Sunset, 2017. Afiche exterior que reproduce un recorte de periódico. F del autor 

Pero enfocar la obra de Davis Brognon y de Stéphanie Rollin solamente desde el punto de vista de sus performances de la realidad social, geográfica o geopolítica sería demasiado reductor. No es que las obras no muestren ya un distanciamiento, una reflexión y una complejidad que van más allá del simple documento. Sino principalmente porque al visitar esta sombría exposición en la cual las obras aparecen sobre islas luminosas, se da uno cuenta, al cabo de un rato, de que su materia principal es el tiempo, la duración. La fascinación por el tiempo que se extiende, el tiempo suspendido, el tiempo cíclico, se manifiesta en la mayoría de las obras de aquí arriba, del reloj de la celda a la duración del Statu Quo, y constituye la esencia misma de algunas de ellas, como por ejemplo el jovencito que desplaza sin cesar y en vano las hileras de sal para mantenerlas en el haz de luz de una ventana gnomónica (The Most Beautiful Attempt, 2012) o las fotografías de un atardecer fraccionado esparcido a través del planeta mediante la compra de anuncios clasificados en los periódicos (Classified Sunset, 2012; arriba reproducción del cartel en el exterior del museo).

Brognon Rollin, Until Then (MAC VAL), 2020, performance [en primer plano, vista parcial de Resilientes, 2017, acero martillado pintado]. F. Aurélien Mole


Pero es cuando el tiempo se une con la muerte que su peso se vuelve mayor. La rockola (muy de estilo siglo XX) con 80 discos de minutos de silencio inmoviliza el tiempo: permite elegir qué «minuto» de silencio se desea escuchar, el de qué catástrofe, de qué conmemoración; ya hay recogidos 157 minutos con el objetivo de alcanzar 1440 (24H Silencio, 2020-). Minutos más o menos largos (el primero de la historia en 1912, dura 10 minutos, el de George Floyd durará 8 minutos y 46 segundos) y nunca son verdaderamente silenciosos. La exposición comienza con la evocación del Conde de Chârost, quien, como última burla antes de subir al patíbulo, dobla la página del libro que estaba leyendo en la carreta. Encontramos, en el centro, un sillón vacío desde el 16 de marzo de 2020 al mediodía (Until Then, activado en 2018, 2019 y 2020; arriba): allí un hombre, profesional de la espera (existen personas que mediante un pago hacen cola por usted para comprar entradas al teatro o el último iPhone), el afro-americano Elvin Williams del grupo Same Old Line Dudes, esperó, de la mañana a la noche, durante 10 días y 12 horas; esperaba la muerte de una persona que había decidido que le hicieran la eutanasia en Bélgica (en donde es legal; en colaboración con el Dr Yves de Locht) y esperó la decisión médica; cuando la persona murió, él se fue (y evitó por poco el confinamiento).

Brognon Rollin, There’s Somebody Carrying a Cross Down, 2019, cruz de madera. F. Aurélien Mole, reencuadrada

Aquí se sitúan Brognon y Rollin: en las rendijas del tiempo y del espacio, en las márgenes de nuestro mundo, en los límites preliminares que nunca exploramos, en los lugares confinados, cerrados, constreñidos física o mentalmente. Esas son las fronteras que nos hacen atravesar, los puntos de vista que nos hacen modificar. 

El catálogo comprende ocho ensayos de los cuales dos me parecieron excelentes, de la arquitecta Axelle Grégoire sobre la línea y del sociólogo Eric Fassin sobre el espacio tiempo. También tiene reseñas sobre unas cuarenta obras, de las cuales unas quince no están en la exposición, en particular la del sonido que atraviesa las fronteras. Bonito catálogo, pero hace falta un índice de las obras. 


*ver Performance el libro de su cómplice Anthony van den Bossche sobre su proyecto jerosolimitano abandonado pues ya no era pertinente (la ciudad resistió a la captación)

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