8 de julio de 2020, por Lunettes Rouges
De la fotógrafa Catarina Botelho, hasta ahora yo conocía en particular lugares vacíos, desiertos, minerales, detalles arquitecturales, esquinas de edificio: su mirada sobre la ciudad al paso de sus andanzas aleatorias, deteniéndose aquí delante de una grieta, allí delante de una huella de humedad o del contraste entre dos materiales. En la exposición (que acaba de terminar), una imagen recuerda esta práctica: ventanas selladas y piedras leprosas.
Pero la mayoría salen del marco urbano propiamente dicho, de las calles y edificios, para ir hacia las márgenes, las barriadas, los espacios intermediarios. Nunca se ve a nadie, únicamente huellas humanas ambiguas. Vestigios domésticos yacen en la vegetación. ¿Esta silla de plástico ordinaria fue abandonada o está marcando el sitio de algún patriarca que preside en ella, quizás para hacer justicia?
Y las alfombras que están ventilando ¿se refieren a los inmigrantes? o ¿algún detalle codificado se refiere a los gitanos? ¿Qué nos dice la fotógrafa de esas vidas dejadas al margen, incluso rechazadas, en aquellos lugares a los que nadie va deliberadamente, qué nos dice la fotógrafa errante, que sigue, atenta al mínimo detalle? Que están construyendo un espacio de libertad, de resiliencia.
Los residuos aparentemente abandonados construyen campamentos precarios, clandestinos, de gente que está siempre alerta, siempre lista para irse de nuevo, siempre en búsqueda de protección, de abrigo. ¿Las piedras amontonadas simbolizan un hogar?
Para mí, dos imágenes muy diferentes pueden concluir su errancia. La una, muy pequeña, es un incendio; crimen, accidente, ritual, nadie sabrá. Como un punto final.
La otra, inmensa, en la entrada, es la de un muro agrietado, atravesado por la luz; un arbusto creciendo en la hendidura. Bienaventurados los deteriorados puesto que dejan pasar la luz. Un espacio de libertad lejos de las estrictas reglas urbanas.
Fotos del autor, excepto la primera.
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