(artículo original en francés, aquí)
Dentro de un gran octógono de ladrillo, tres practicables, y, sobre cada uno, una piel, Marsias desollado, o, mirando más de cerca, una malla color piel, extraña : se ven demasiadas mangas, demasiadas piernas, se atreve uno a tocarla, desdoblarla para entender. Tres bailarinas vestidas también de mallas, más delicadas, más ceñidas, que las deja casi desnudas, llegan a descolgar esos despojos, y, en el suelo se las ponen, deslizando sus brazos y sus piernas en el interior. Comprendemos entonces que queda todavía un vacío, una expectativa, quedan mangas vacías, queda sitio para otro cuerpo en el interior del traje.
Se acercan entonces otras tres bailarinas, sus cuerpos igual de expuestos a nuestra mirada, todas llevan capuchas que disimulan sus caras, y luego, cada una se junta con una pareja, la segunda bailarina se junta con la primera al entrar en su malla, junta un brazo con la pierna de la otra, forman un ser híbrido y monstruoso, una casta bestia de dos espaldas, una muñeca extrañamente articulada (ahí mismo pensamos en Die Puppe de Bellmer). Una vez reunidas las tres parejas de siamesas en un silencio total, seres extraños, mitad-hombre mitad quimeras, se mueven por el espacio del octógono.
Apoyadas sobre manos o pies que no sabríamos atribuirle a la una o a la otra, esos monstruos se desplazan, se vuelven, se contorsionan, a veces se acercan, componen una bestia todavía más monstruosa y compleja, luego se alejan. Algunas veces una cabeza desaparece en el interior del envoltorio, como una tortuga asustada, y a veces sale de la ranura en la que se había disimulado, como un nacimiento apacible.
A veces la pose es majestuosa, como una estatua de Nereida en la cual el otro cuerpo no sería sino un apoyo, una ola; a veces se ve atormentada y creemos ver un aullido a la Bacon; a veces, acariciante, evoca un acoplamiento y a veces un nacimiento. A veces la pareja parece ir de acuerdo, lentamente, armoniosamente, y a veces creemos ver una lucha o una confrontación sexual.
Sin duda, más allá de su belleza formal, a la vez fascinante e inquietante, es una obra sobre lo híbrido y sobre lo informe. Para el espectador es también una experiencia de cercanía : las bailarinas se visten y se desvisten ante nosotros, justo al lado, y podemos desplazarnos en medio de ellas, sin restricciones, sin que nos separe un escenario (como si fuera con la gente de Uterpan).
Tuvo lugar durante los fines de semana de agosto en la Pinacoteca de Sao Pablo, una obra llamada Deslocamentos, de la coreógrafa brasileña Marta Soares.
Todas las fotos del autor (de ahí lo borroso).
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