10 de agosto de 2015, por Lunettes Rouges
Alberto Carneiro, El Bosque, 1978 |
Alejado de
las polémicas que últimamente han sacudido el medio cultural de Lisboa puesto que el
Secretariado de Estado de la Cultura no le ha devuelto al Museo Chiado algunas
colecciones; en mi visita más reciente al nuevo espacio del Museo descubrí una
exposición fría y antológica de una parte de las colecciones (hasta el 12 de junio de 2016) :
didáctica, representativa (me parece), y sin pasión, con
una escenografía del vacío que deja respirar los espacios. Seguramente a causa de mi falta de
conocimiento de esta escena artística, lo único que
me hizo vibrar fue la serie de Helena Almeida (a la espera de su exposición en
Serralves y luego en el Jeu de Paume) y también vibré ante el Bosque de Alberto Carneiro, un rito ecológico y pagano en 24 conjuntos fotográficos como una comunión entre
su cuerpo desnudo y un árbol.
En la parte
antigua del edificio, cuatro exposiciones : la de la colección Caetano
(hasta el 30 de agosto) repele de entrada, por el aberrante colgado de lienzos
pequeños a 5 metros de altura, y
seguro que es una colección excelente, luego vemos bonitas
y oscuras obras de Jorge Molder, entre otros. Reconozco que yo no conocía a SousaLopes, de quien se está presentando una gran retrospectiva (hasta el 8 de noviembre), y, en
estos caso debo cuidarme (pues me lo reprocharon amablemente en esta ocasión) de un
enfoque demasiado parisino-céntrico altivo y esnob hacia la "periferia". Entonces, con
todas las precauciones del caso, y sin pretender hacer aquí un análisis crítico de
historiador de arte, vi primero los cuadros simbolistas, luego los
impresionistas, bien hechos pero sin mucha originalidad, con juegos de luces
muy buenos, algunas veces de colores brutales que son como toques fauves y
motivos bastante clásicos (su esposa, el mar, los pescadores...). Y después,
mirando, me empezaron a interesar sus grabados más densos, más perfeccionados
que sus lienzos.
Hasta el
momento en que llegué a las salas consagradas a la guerra : pintor oficial del cuerpo
expedicionario portugués durante la Primera Guerra Mundial, sale entonces de su confort burgués
lisboeta y se enfrenta al horror y a la belleza de la guerra (si, la belleza,
recuerden esta exposición en donde hubiera encajado). Sus grabados se visten de expresionismo
(como los expresionistas alemanes de enfrente) y sus lienzos se convierten en
composiciones depuradas, casi abstractas. Ya sea por su experimentación para
representar mejor los efectos de fuego y explosión prácticamente inmateriales, ya sea
por la transformación moral que quizás se realice en él frente a esos espectáculos, pero estamos frente a una
obra fuerte, perturbadora, casi revolucionaria (un efecto que la Gran Guerra
produjo en otros artistas en otras partes).
Adriano de Sousa
Lopes, Ruinas de la
iglesia de Merville, 1918
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Miren de
que manera los proyectores anti aéreos perforan la niebla y el
humo en esta escena de bombardeo, miren como esa iglesia destruida se convierte
en escultura despedazada y totalmente formal.
Adriano de Sousa
Lopes, Arena, 1922-1926
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Lo extraño es que
después Sousa Lopes vuelve a su pintura tranquila, coloreada, evanescente,
cerrando el paréntesis, olvidando lo que vió y sobretodo lo que aprendió (sin
haber leído el catálogo, ni nada más sobre él, me estoy aventurando demasiado en su pensamiento, se trata de mi exégesis). Después busco en vano otras muestras
de esa modernidad, de ese experimento, y sin embargo encuentro una en la manera
como está pintada la arena en este lienzo de 1922/26 : materia grumosa, fluida,
desteñida, en las antípodas de su moderación impresionista. Ese paréntesis guerrero
revolucionariamente creativo me fascinó; el resto menos.
Patricia Corrêa, El Origen del mundo 2, 2015
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En la
planta baja (hasta el 5 de septiembre), una obra sobre el cuerpo y su
representación, por la artista portuguesa residente en Polonia Patricia Corrêa, 11 x
Maria : un vestido blanco virginal extendido en la pared avecina con un origen
del mundo (aquí, bien borroso..) rodeado de alfileres nacarados, retratos fotográficos
(todos femeninos, ni un solo hombre en este universo marial) que van
obliterados, otros van cubiertos de un barniz dorado que el espectador, de repente
"activado" , puede raspar para ganar, no el gordo, pero por lo menos
la emoción ante un rostro que surge así del limbo.
Patricia Corrêa, 11 veces Maria,
2015
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También hay
corazones de cera, un poema, toda una construcción sobre la memoria. Me parece
que es una obra sobre el misterio del cuerpo femenino, su pureza imposible, de
Eva a la Virgen, y la ambigüedad del deseo en nuestras memorias.
Monica de Miranda, Hotel Globo, 2015, captura de pantalla video |
Para
terminar, para completar esta visita, una película de Monica de Miranda, Hotel
Globo (hasta el 27 de septiembre), sobre un hotel en Luanda, hoy decrépito (hay
también una entrevista del nieto del fundador, planos para una renovación posible
y un librito) : en dos pantallas, la atmósfera húmeda, la
evocación del modernismo colonial y una pareja incierta. Aparte del argumento
arquitectural y político, una imagen atmosférica espléndida.
Fotos del autor, excepto Les ondines y Monica de Miranda.
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