(original en francés, aquí)
Joseph Dadoune, El quiosco negro, 2014 |
La exposición (que se acabó hace unos días) del artista israelí Joseph Dadoune en el centro de arte Le Moulin cerca de Toulon ("le kiosque noir") parecía estar toda bajo el signo del negro, negro pictórico, negro matemático, negro arquitectural, negro alquímico. Primero, las paredes del centro estaban cubiertas de fotografías, todas del mismo formato, todas en el mismo marco, que presentaban según progresiones matemáticas y geométricas, algoritmos numéricos crecientes y descendientes, combinaciones de imagen con fondo negro, motivos ocupando más o menos el espacio según reglas estrictas, y la mayoría de esas imágenes eran negras: pitas pintadas de negro, alineadas y componiendo dominós enigmáticos que recuerdan la prehistoria del conteo, la invención de las cifras y las tabletas mesopotámicas de antes de la escritura.
Joseph Dadoune, Le kiosque noir, 2014, vue d'exposition |
Se desprendían con una regularidad estricta otros motivos claros, emblemáticos de ese Oriente complicado, pitas naturales, piezas del color del buen pan, y dos imágenes, dos cubiertas de libros del escritor incendiario Benoist-Méchin, que recuerdo haber leído de niño, indeciso entre el mundo desconocido de sus libros que ellos mismos me hacían descubrir y la conciencia de la condena a muerte de su autor por colaboración con los alemanes durante la guerra. El uno era sobre el rey Faizal de Arabia, y el otro se intitulaba "Una primavera árabe", lo que, en 1959, era más que anacrónico. Entonces esas imágenes se presentaban a lo largo de las paredes como una metáfora estratificada de la complejidad de las composiciones en el Cercano Oriente atormentado (y, para completar, una de las imágenes negras combinaba los rostros de Fayzal y de Moshé Dayan, aparentemente enemigos, y también cómplices de hecho, al lado del "Gran Satán", de la opresión de los pueblos árabes).
Joseph Dadoune, El quiosco negro, 2014, vista de la exposición. |
Al cabo de ese largo y lento recorrido matemático, se pasaba del pan al techo, de la agricultura a la construcción, de la aritmética a la geometría, del plano mural al volumen en el suelo. En medio de las estructuras antiguas del molino de aceite, baúles, muebles y tanques, Joseph Dadoune había hecho construir una cabaña, un quiosco, un cubo negro, algo entre Malevitch o Judd por un lado, y la Kaaba (o, igual, claro, la soukka de - de Souccot) por el otro. Desde la entrada se veía un quiosco acogedor, abierto, benigno, en donde debía ser bien agradable tomarse o comerse algo, hablando bajo el toldo blanco. Visto de lado era un cubo negro sin aberturas, una caja fuerte dentro de la cual no sabíamos como entrar. En el interior, si encontrábamos la puerta disimulada, podíamos refugiarnos en una celda blanca, luminosa, secreta como la cámara funeraria de una pirámide o de un mastaba.
Joseph Dadoune, El quiosco negro, 2014, vista de la exposición |
El techo estaba hecho con hojas de palmera pintadas de blanco, recuerdos de exilio, de desiertos, de Beduinos proscritos de Neguev de entradas en Jerusalén. En ese conjunto rectilíneo blanco y negro (que sólo perturbaba una oblicua incongruente), todo invitaba al recogimiento, a la meditación, al retiro. Entre espacio abierto y espacio cerrado, entre acogida y meditación, entre adentro y afuera, el cuerpo del espectador intentaba establecer un equilibrio vano, una armonía ilusoria, una síntesis imposible : podremos ser el Uno y el Otro, o se trata únicamente de una ilusión de síntesis, ya sea de formas y colores, de filosofía, de género o de colonización?
Joseph Dadoune, El quiosco negro, 2014, vista de la exposición |
Próximamente mostrarán esta exposición fuerte y perturbadora en el Macro de Roma, luego en Tel Aviv en una exposición sobre Walter Benjamin.
Fotos de los alumnos de tercero y quinto del Colegio del Fenouillet en la Crau.
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