21 de mayo 2014,
por Lunettes Rouges
(Artículo original en francés aquí)
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Kazem Chalipa, Kavir (Desierto), 1984
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Esperábamos mucho de esta exposición sobre Irán en el MAMVP (Museo de Arte Moderno de la Ciudad de París, hasta el 24 de Agosto). Primero porque del arte iraní contemporáneo, en general sabemos poca cosa, fuera del cine y algunos exiliados como Shirin Neshat. Luego porque la comisaria artística Catherine David, es una excelente conocedora del Medio Oriente y que en varias oportunidades ha demostrado que sabe descubrir talentos locales para presentarlos aquí. Y en fin, por la curiosidad que despiertan ese país y su arte ahora que se van a quitar las sanciones impuestas y que el país se abrirá. Pero desde el primer letrero vemos el tono que le han dado : se trata más de moderno que de contemporáneo, más de documentación que de actualidad y más de gente consagrada por los museos que de la escena emergente, lejos de lo que aquí se califica de moda, de especulación y, peor, de auto-exotismo, un concepto cuyo sentido no me quedó nada claro.
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Behdjat Sadr, ST, 1974, c. galería Frédéric Lacroix
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Desde ese punto de vista, las primeras salas de la exposición cumplen perfectamente su misión: un homenaje al pintor Bahmann Mohasses (1931-2010), con mitologías grotescas; éste fue objeto de una película (para ver) Fifi grita de alegría.
Los efectos de luz, de superficie, de las pinturas ondeantes de Behdjat Sadr (1924-2009) me parecen interesantes, ya que coordinan la abstracción óptica con la herencia de la caligrafía.
Después de algunas obras gráficas, tenemos una muy importante documentación sobre el festival de Persepolis (1967-1978) con el cual el Shah quería adquirir prestigio en el mundo cultural y eventualmente (pero no se nota para nada) oxigenar las tradiciones artísticas iraníes.
Una nueva sala con documentos fotográficos sobre un barrio de prostitutas en Teherán, Shahr-e No; después hay salas sobre la revolución islámica (1979) y la guerra con Irak (1980-1988) en donde hay numerosos carteles de los hermanos Shishegaran, con una estética tipo "mayo del 68", y cuadros patrióticos sin un mínimo de toma de distancia, como el que está totalmente arriba (Karem Chapila, nacido en 1957), que acaban demostrando que aquí estamos en una exposición más bien histórica y documental (por otra parte, la contribución de Catherine David al catálogo es intitula "Pasión Documental") en la cual la calidad creativa artística parece haber pasado a un segundo plano. Se aprende muchísimo, pero, por poco que uno se interese por el Irán de hoy, se queda ardiendo de impaciencia.
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Mitra Farahani, D & G, 2011, carbón sobre lienzo
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Después empieza la sección llamada contemporánea : primero hay que pasar por hileras de dibujos de arquitectura (Khosrow Khorshidi, nacido en 1932) o de carteles murales (Arash Hanaei, nacido en 1978), de retratos de familias iraníes (Mohsen Rastani, nacido en 1958) o de travestis (Tahmineh Monzavi, nacida en 1988), de fotografías familiares y cotidianas (Mazdak Ayari, nacido en 1975) o de escuelas religiosas (Behzad Jaez, nacido en 1975) que, desde el punto de vista occidental, parecen terriblemente pasadas, estilo "años 60": trabajo técnico de calidad, estética convencional y temas sociales. Esos artistas, jóvenes o menos jóvenes parecen estar desconectados de las corrientes que agitan el arte contemporáneo de hoy y son terriblemente convencionales. El país debe tener mucho mejor, la escena joven iraní no se puede limitar a esto, debe haber también artistas jóvenes que se expresan de manera más creativa, menos pomposa. Es quizás el caso de Mitra Farahani (nacida en 1975 y que es la autora de la película sobre Mohasses citada más arriba) cuyas grandes instalaciones de cabezas decapitadas por lo menos molestan, sin llegar a convencer ; la referencia al David de Caravaggio es algo abrumadora. No es el caso de Narmine Sadeg (nacida en 1955; que además comparte la comisaría de la exposición) cuya instalación de pájaros que ilustran una leyenda parece demasiado grandilocuente, demasiado evidente y llamativa, hecha para gustar, no pasa de ser otra cosa que una anécdota.
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Chohreh Feyzdjou, Products of Chohreh Feyzdjou, 1988-1992, vista de la exposición
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Pero no es el caso de otros dos artistas : la primera falleció en 1996 y recuerdo sus exposiciones en el museo del Jeu de Paume en 1994 y Documenta en 2002. El taller de Chohreh Feyzdjou (1955-1996), adquirido por el CNAP (Centro Nacional de Artes Plásticas), está en Burdeos en el CAPC (Centro contemporáneo de Artes Plásticas) y fue transpuesta aquí. Por primera vez en esta exposición se siente la inspiración : la artista clasificaba meticulosamente su trabajo pasado dentro de envases, cajas, rollos de papel de colgadura, al conservarlo recubierto con cera y nogalina. Aquí todo es oscuro y fúnebre, todo esta fuera del mundo, fuera del tiempo, retirado, entre paréntesis. Aquí uno erra en un cementerio, en un archivo muerto, en una cápsula irreal; podemos evocar a Boltanski y la memoria (y Feyzdjou también era de origen judío), Chen Zhen* y la relación con el pasado (y Feyzdjou también murió a los 40 años de una enfermedad incurable), Jean Luc Parent y sus bibliotecas ideales o las primeras instalaciones del misterioso Museo Khômbol de Driss Sains-Arcidet, pero la fuerza única de Feyzdjou viene de su cultura, de su origen, de su mestizaje y de todo lo que pudo llevarla a su relación con el tiempo y con la muerte. Es desde muy lejos la obra más notable de toda la exposición.
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Chohreh Feyzdjou, Products of Chohreh Feyzdjou, 1988-1992, vista de la exposición
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Por fin un artista vivo saca la cara : Barbad Golshiri (nacido en 1982) muestra unas piedras tumbales, entre las cuales el proyecto que realizó precisamente para Chohreh Feyzdjou, quien murió en París y descansaba bajo una piedra tumbal casi anónima, y Golshiri acaba de construirle un sarcófago (en el cementerio de Pantin, división 115, línea N, tumba 10). Golshiri (entre otros proyectos) construye tumbas para anónimos privados de memoria, cuyo nombre no debe aparecer, o cenotafios a la memoria de desaparecidos. La inscripción tumbal que se presenta aquí es efímera, el hombre enterrado ahí, opositor político asesinado, no tiene derecho a su nombre (designado por sus iniciales Mim Kâf Aleph), su memoria debe desaparecer, debe seguir proscrito incluso después de su muerte. Entonces su familia se reúne algunas veces sobre la tumba sin ninguna inscripción y utiliza la plantilla hecha por Golshiri para escribir en su honor, con hollín, una inscripción funeraria que la lluvia o algún guardia laborioso de la revolución vendrá a borrar poco después. Este es un trabajo puro y denso, una obra de resistencia discreta pero tenaz (que me recordó el afiche que Ernest Pignon-Ernest fue a pegar en el pueblo -destruido por la purga étnica de 1948 y reemplazado por un kibboutz- en donde Mahmoud Darwish había nacido) y es este el único momento, o casi, de la exposición en el que el Irán de hoy rebelde e insolente se despierta y sale a la superficie.
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Barbad Golshiri, Tumba sin titulo, 2012, plantilla y huella con hollín
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* añado de paso la excelente exposición sobre Chen Zhen en la Galería Perrotin, pero organizada por la Gallería Continua, en donde vi la mayoralía de las obras (y escribí sobre ellas); entonces no voy a insistir, pero hay que verla.
Fotos 2 & 3 cortesía del MAMVP; fotos, 4, 5 & 6 del autor.
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