vendredi 18 avril 2025

La cinta negra (Margarita Matisse)


9 de abril de 2025, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Henri Matisse, Marguerite, Collioure 1906/07, 65.1x54cm, Museo Picasso (colección personal Pablo Picasso)



Marguerite, nacida en agosto de 1894, es la hija de Henri Matisse y de su modelo Caroline «Camille» Joblaud, cuatro años menor que él y que compartió su vida durante cinco años, de 1892 a 1897 (lo que no es una relación efímera ni pasajera como lo pretende el catálogo). El padre de Matisse se opone a su matrimonio con una pobre huérfana, y por añadidura modelo, y deshereda a Marguerite cuando nace. La pareja vive en el quai Saint Michel en donde Matisse seguirá viviendo después. Primero se separan en febrero de 1897 (Matisse no quiso se que comiera unas frutas que quería pintar y ella se va con la niña...), entonces Matisse reconoce a  Marguerite y dos meses más tarde se reconcilian, pasan el verano de 1897 en Belle-Île, y se separan definitivamente en septiembre. En octubre de 1897, Matisse, testigo de un matrimonio, se enamora de una de las damas de honor, Amelie Parayre, hija del director de un periódico radical, con quien se casa tres meses más tarde (esta vez con la bendición del padre, dada la situación social de la prometida). Después del nacimiento de su hijo Jean y mientras que Amelie está embarazada de Pierre Matisse, la pareja se hace cargo de Marguerite que será desde entonces educada por Amelie. Caroline Joblaud vivirá hasta en 1959 (cinco años después de la muerte de Matisse). Su hija no tuvo con ella sino relaciones esporádicas. En 1901, Marguerite se enferma de difteria (el «crup») y le hacen una traqueotomía que le deja una fea cicatriz en la garganta y que disimulará con una cinta negra. Siempre tendrá salud frágil. Desde los nueve años, «chiquilla de taller», será uno de los principales modelos de su padre (que solamente utilizará modelos profesionales a partir de los años 1920 con Henriette Daricarrère).


Henri Matisse, Cabeza blanca y rosa, Paris quai St Michel, 1914/15, 75x47cm, Centro Pompidou


La exposición del Museo de Arte Moderno (hasta el 24 de agosto) está dedicada a la relación del pintor con su hija, a la mirada atenta y protectora que tiene para con ella y a la capacidad de Marguerite para afirmarse, siendo tan joven, como modelo esencial de su padre, quien hizo más de cien retratos de ella. Mucho más que de Amelie o de sus hermanos, ella es su modelo preferido, se presta para todas las experimentaciones (como el retrato pre cubista), y más que un modelo exterior, interactúa con el pintor. Todo ello lo muestra muy bien la exposición. 


Henri Matisse, El Té en el jardin, detalle, Issy les Moulineaux, 1919, LACMA Los Angeles, foto del autor


Pero lo que salta a la vista, que por lo tanto no está explicito en esta exposición, es que Matisse solamente pinta a su hija cuando sufre, enferma, lastimada por aquella cinta negra que se encuentra en todos sus retratos entre 1903 y 1920 (y a veces con una blusa de cuello alto que disimula su garganta herida). En 1919 y 1920, Marguerite tiene que soportar nuevas operaciones; convalescente, descansa en Étretat con su padre que sigue pintándola, agotada, sufriendo. Pero puede por fin quitarse la cinta y exponer su garganta a las miradas. Desde entonces Matisse deja de pintarla. O mejor, ya no la pinta como elemento central de sus lienzos sino como un modelo de facciones imprecisas (incluso deformadas como por ejemplo en Té en el jardín), nunca sola sino acompañada de Henriette Darricarrère. Aquel enlace mágico entre padre e hija se rompe cuando la hija ya no es el ser que sufre, objeto de todos los cuidados. 


Henri Matisse, Marguerite, Vence, 1945, carboncillo sobre papel, 48x37cm, col. part.



Lo peor, Marguerite se casa con Georges Duthuit y a Matisse él no le gusta, ella vuela con sus propias alas, prueba la pintura, después la moda, sin mucho éxito. Se convierte en agente comercial de su padre, empieza un catálogo razonado, supervisa las tiradas de las litografías, cosas que los siguen manteniendo unidos, claro, pero ya la magia no existe. Incluso cuando Marguerite tiene un hijo, incluso cuando se separa del promiscuo Duthuit, incluso cuando Amélie, celosa de la hermosa Lydia Delectorskaya, deja a Matisse, los lazos no se vuelven a trenzar. No es sino cuando Marguerite, agente FFI, presa por la Gestapo, escapa in extremis a la deportación hacia Alemania y se vuelve a encontrar débil, enferma, herida, desamparada, que Matisse dibuja de nuevo su retrato en 1945, única y última vez. No sé lo que dice la biografía de referencia del pintor Hilary Spurling (esos libros están en Lisboa y yo en Paris), pero encuentro extraña aquella relación pictórica basada en cierta forma de fascinación por la debilidad del modelo su hija. 





vendredi 11 avril 2025

David Claerbout, amo del tiempo


30 de marzo de 2025, por Lunettes Rouges

(Artículo original en francés, aquí)


David Claerbout, Backwards Growing Tree (Study Winter and Snow falling to the Sky), 2024, tinta, pastely gouache sobre papel Canson Montval,76x120cm


Cotejando los Nenúfares de Monet en el Museo de la Orangerie, David Claerbout propone (hasta el 9 de junio) tres lecturas del tiempo, tres desplazamientos que de diferentes maneras perturban al espectador, lo fascinan y le abren la mirada. Basándose en esta citación de Monet: «Quiero pintar el aire en el cual está el puente, la casa, el barco. La belleza del aire en el que se encuentran, y no es otra cosa que lo imposible». Claerbout presenta primero en una pantalla pequeña de televisión, Boom (árbol), un video de 18 minutos que data de 1996, sin sonido, en el que tranquilamente vemos los ligeros movimientos del aire en las hojas de un árbol: entre ejercicio de meditación y aprendizaje de la permanencia. En la pared de enfrente, primero, creemos ver una fotografía dentro de una caja iluminada, otro árbol aparentemente inmóvil, hasta el momento en que leemos el título Backwards Growing Tree (árbol desarrollándose al revés) y se menciona una duración, 5 años. Se trata de un video de una duración de cinco años (2023 a 2018), y que proyectan al revés: el tiempo retrocede, el árbol rejuvenece, el viento sopla al revés, vuelan las gotas de lluvia, pero sólo un espectador atento y recurrente se dará cuenta, y sólo él podrá disfrutar de la renovación, de la negación de la muerte. En la sala de encima justo frente a los Nenúfares, ocho estudios en pastel y gouache vuelven a tomar el árbol al contrario del tiempo: en la de aquí arriba, en invierno, la nieve sube al cielo. 


David Claerbout, Birdcage, 2023, captura de pantalla


Pero los espectadores de la sala de abajo sólo miran distraídamente aquellas dos obras tranquilas, atraídos por el video espectacular que proyectan en una pared entera de la sala, Birdcage (pajarera): parece ser un bucle de unos quince minutos y en realidad dura una hora y treinta seis, y ahí también hay que estar muy atentos para identificar los cambios imperceptibles de un bucle al otro (el juego de los pájaros en el brocal, por ejemplo). La experiencia es sin duda diferente dependiendo del momento en el cual se llega: primero vi un trávelin apacible sobre un parque de flores espléndidas, con el piar de los pájaros y el rumor de los insectos en primer plano, una visión idílica e intemporal de la felicidad en el campo. 


David Claerbout, Birdcage, 2023, captura de pantalla


Después la cámara se desplaza sobre el césped hacia una casa solariega cuya escalinata da al parque, una mesa está puesta, única señal de presencia humana. Y en ese instante, sin el menor ruido, hay una explosión: una bola de fuego aparece en la escalinata, crece imperceptiblemente, luego acelera, una explosión silenciosa proyecta ladrillos hacia nosotros, un Big Bang nos envuelve, la cámara entra en una incandescencia que crece y devora toda la pantalla. Una violencia que nos recuerda su instalación reciente Wildfire, de la cual cuenta que creó digitalmente las imágenes de fuego hasta tal punto, que el sistema informático también se quemó. Pero que importa, uno se queda boquiabierto, e incluso con la sensación de calor sobre la piel. 


David Claerbout, Birdcage, 2023, captura de pantalla


En medio del incendio dos pájaros de fuego parece que se afrontan, en primer plano. De repente sus plumas incandescentes se transforman en yedra roja, la cámara sube a lo largo de ésta por la fachada intacta de la casa, el fuego ha desaparecido, los ruidos del bosque vuelven poco a poco. Se ven los árboles del parque, un pozo con patos, el mismo par de pájaros juega sobre el brocal. Las flores son bellas, el sol brilla, es como estar en una estampa. Todo está tranquilo y apacible hasta que otro trávelin se acerca a la casa y vuelve el incendio. 


David Claerbout, Birdcage, 2023, captura de pantalla


Es claro que aquí estamos ante un juego de ilusiones y alucinaciones visuales, entre realidad fotográfica y construcción virtual de la que somos los incautos. El espacio se construye en torno al tiempo y David Claerbout es el amo, como en Sunrise y Shadow Piece. Pero hace también el reinicio, el rejuvenecimiento del fénix, paso incesante de la calma al tumulto, de la vida a la muerte, de la catástrofe a la paz. Cuando se sale se recobra el aliento ante el gran Sam Francis, en la entrada de la Orangerie.