(artículo original en francés, aquí)
Rolf Julius, ST, vidéos, 2010/13 |
Cuenta la leyenda que fue el joven Odilon Redon, quien, disfrutando un día del encanto del lugar y de la calidad del vino, lo bautizó Chasse Spleen, a no ser que haya sido Byron. Yo no sabría decir si el arte contemporáneo en general y la obra de Rolf Julius en particular, tienen la misma virtud, en todo caso los propietarios de ese castillo del Médoc instalaron hace poco un pequeño centro de arte de arquitectura sencilla, y su primera exposición (hasta el 27 de octubre) se la dedican a este artista alemán que falleció hace seis años y cuyo trabajo es una variación en torno al sonido. Una de las curadoras de la exposición es la directora de la galería (antes en Burdeos) Thomas Bernard, que representa a Julius. Hay que poner cuidado, ponerle mucha atención a una obra en la que se mezclan sonidos entre naturaleza y composición, objetos muy sencillos aportados por el artista e imágenes del lugar y de otros lugares; dejarse llevar por los fascinantes paisajes sonoros que componen.
Rolf Julius, Stonegarden (monocromo), 2010, 110x110cm, f. Barbara Boum
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Naturalmente, tenemos paisajes, ya sean los del Medoc, escapada por las viñas o vista del jardín del castillo y su estanque que desborda (en cambio, las obras sonoras instaladas en el exterior me parecieron menos relevantes, más difíciles de entender), ya sean paisajes recreados, tal el jardín de piedras bastante meditativo en donde las sombras se alargan de forma desmedida y que apenas disimulan un altavoz pequeño, es como si esas piedras minúsculas vistas desde muy cerca (pues debemos agacharnos para oír) y convertidas entonces en obeliscos o menhires, emitiesen ellas mismas el sonido (Stonegarden (monocromo)). También paisajes transpuestos.
Rolf Julius, ST, vidéos, 2010/13 |
En efecto, la primera sala comprendre seis videos, un proyector minúsculo y pantalla suspendida, que son una transposición del sonido en el paisaje : Julius filmó, en primer plano, fragmentos de paisajes finlandeses, ramas flexibles agitadas por el viento, rocas por las cuales corre el agua, e implantó discretamente un altavoz parásito por el que transmite una de sus composiciones sonoras. El video en plano fijo no muestra sino movimientos imperceptibles de las hojas o del agua, e incluye la captación de un sonido en el que se mezclan sonidos compuestos por él y ruidos de la naturaleza, silbidos de pájaros, chirridos de insectos, murmullos de hojas, chapoteo del agua. Y, de una pantalla a la otra, los sonidos se combinan en la frontera de cada una creando así una experiencia total, envolvente.
Rolf Julius, Singing,, 2000 / 2015, 720×22.5x205cm
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Otras obras discretas balizan la exposición, aquí un espejo sonoro sobre una chimenea, allí bambúes con aparatos, más allá una hoja pegada en una ventana (abajo), para llevar el ojo y el oído hacia el exterior, y también cuencos japoneses llenos de agua en donde nadan los altavoces, que también forman parte, siempre o casi siempre, de la composición. Suspendidos en un pasillo, siete altavoces de tamaño medio : en cada uno, en la membrana misma, un montón de pigmento negro que vibra en función de las frecuencias, a veces salta y se recompone y de esa manera modifica también el sonido que se percibe. El sonido se vuelve invisible, se ve la música. Ya en 1985, Susan Derges, de regreso de Japón, realizó fotogramas de polvo de carborundo que agitado por cierta frecuencia construía curvas matemáticas de frecuencia lo que volvía visible el sonido, inspirándose así de las Chladni Figures; pero sus obras eran mudas, no eran sino referencias, mientras que la de Julius es completa, vista y oído.
Rolf Julius, Wind, 2010, 32.2×16.4cm |
Se trata de una obra sumamente fina, sencilla, discreta, la experiencia frágil y exigente de un espacio en el cual se puede mirar la música. La presencia de una "partitura" hecha de formas elementales, círculos y cuadrados rojos y negros aunque aporta (si leemos la hoja de sala) una forma de explicación, nos conduce hacia el lenguaje, lo racional y estructurado : entendemos mejor, pero me parece que se pierde la magia.
Daniel Firman, Suspended chord, 2017 |
Es sin duda simple coincidencia : en la base submarina de Burdeos, búnker alemán gigantesco que albergaba las U-booten, convertido hoy en día en lugar de conciertos y exposiciones, el sonido se ha hecho omnipresente. Con motivo de la llegada del "verdadero" tren de alta velocidad a Burdeos han invitado a Daniel Firman y la música de Guillaume Gesquière ocupa el espacio : primero mezclada con el ruido de las ballenas por encima de las aguas negras de los diques flotantes, luego se articula de manera melancólica a la izquierda en el gran vestíbulo, con acordes suspendidos y calderones que se renuevan sin cesar. Podemos cerrar los ojos para impregnarnos de manera mucho menos discreta y mucho más expresionista que con Julius. Si abrimos los ojos, un elefante, suspendido al techo, gira lentamente en la
penumbra : después del suelo y la pared, Firman, que sigue interesado por la rotación, alcanza otra dimensión elefantina : los dos mamíferos más grandes se encuentran.
Fotos 1, 3 a 5 cortesía de Chasse Spleen, foto 6 del autor
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