vendredi 12 janvier 2018

Paolo Uccello, pintor de la inquietud

09 de enero de 2018, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)



Paolo Uccello, La Caza, hacia 1470, tempera sobre madera, 65x165cm, Oxford Ashmolean M.



Bonito libro el que acaba de publicar Actes Sud sobre Paolo Uccello, se trata de una monografía en la cual el historiador de arte Mauro Minardi, no solamente analiza detalladamente cada cuadro (excepto este arriba, volveré), sino que estudia las diferentes interpretaciones que se han hecho de su obra, desde Vasari, y, en el último capítulo, lo reinstala hábilmente en la modernidad. Es la razón por la cual es más que un bonito libro para Navidad (como lo calificaron le Point y algunos otros), es un libro que hace que nos interroguemos sobre la pintura y su representación misma. El único reproche es que no tiene en anexo el catálogo razonado (con las dimensiones de los cuadros, por ejemplo).




Paolo Uccello, Monumento ecuestre de Giovanni Acuto (John Hawkwood), hacia 1436, fresco, 732x404cm, catedral de Florence



Después de Vasari quien lo juzga demasiado obsesionado por los cálculos de perspectiva, seco, anguloso y por tanto incapaz de representar con emoción y sensibilidad tanto la figura humana como los animales (como por ejemplo en el monumento al condotiero, arriba), muchos historiadores del arte encabezados por Berenson, juzgan que sus personajes son autómatas y títeres, sus caballos parecen salir de un carrusel y sus cuadros no son sino « mapas de geografía en color ». Fustigan su formalismo y su pintura matemática. Ven en él a un ancestro del cubismo más frío, el de Braque o Gris, o a un precursor de los maniquíes de Fernand Léger. Podemos incorporar en su grupo (según la anécdota de Vasari) a la señora Uccello, cuyos encantos no lograban atraer a su marido a la cama matrimonial, el pintor se quedaba toda la noche en su taller y contestaba a los llamados de su esposa « i Oh, qué cosa más hermosa es la perspectiva ! » (sin embargo tuvieron dos hijos).



Reconstitución in situ de las tres Batallas de San Romano, d’Uccello, por James Bloedé



Es significativo que los que no aceptan esta interpretación estática y petrificada de la pintura de Uccello, no son en su mayoría historiadores del arte sino artistas, poetas o escritores. Escribí sobre el libro del pintor James Bloedé (Minardi lo pasa demasiado rápido) quien, no solamente restablece en el espacio los tres cuadros de la Batalla de San Romano, también muestra la importancia del movimiento y de la dinámica de los cuerpos de los caballos y de los guerreros : la yuxtaposición de los movimientos suspendidos eurítmicos también puede evocar las obras de Marey (antes que las de Muybridge). Los pintores Ardengo Soffici y Carlo Carra lo comparan con el Aduanero Rousseau (por otra parte el San Jorge de Jacquemart-André estaba en la exposición reciente sobre Rousseau en Orsay) : la misma singularidad caprichosa, la misma ambigüedad frente a lo real. El filósofo Jean-Louis Schefer canta la desaparición del Diluvio. Los poetas Tristan Tzara, Philippe Soupault, o Marcel Schowb lo perciben como uno de ellos, el primer pintor poeta indiferente al realismo. Antonin Artaud se entusiasma por Uccello, « su amigo, su quimera », compone poema y fantasía, se imagina que comparte con el pintor un destino trágico. De paso admiren con qué gracia revolotea la sirvienta de la casa de santa Ana (aquí abajo).



Paolo Uccello, Nacimiento de la Virgen, hacia 1435, fresco, detalle, catedral de Prato, techo de la capilla de la Asunción




Dos visiones que se afrontan [paréntesis coincidente : ayer vi una exposición sobre el modernismo brasileño en la que, durante los años 60, el grupo Ruptura preconiza el formalismo inmaterial, mientras que el grupo Frente quiere ir más allá de la abstracción pura para expresar sus emociones (simplificando); Ruptura es paulista, la capital económica, seria y trabajadora, mientras que Frente es carioca, la ciudad de los placeres y de la apariencia]. Para Uccello, cada una de sus visiones se completa y se refleja en la otra, entre punto de vista científico y visión sensible.



Paolo Uccello, San Jorge y el dragón, hacia 1470, oléo sobre bastidor entelado, 55.6×74.2cm, Londres, National Gallery




Allende esta dicotomía, lo que me sorprende de Uccello, es, antes de lo irreal, la atmósfera extraña de sus cuadros. Esta singularidad lo vincula naturalmente con la atmósfera agobiante (ni tan ingenua) del Aduanero Rousseau, y en particular con las complejas perspectivas de Giorgio de Chirico : los mismos ajedrezados con contracción proyectante, el mismo gusto por las fisuras en la construcción, las mismas leyes fatales de la armonía geométrica, la misma vaga inquietud por las oscuridades amenazadoras y por las evidencias demasiado agobiantes. 
¿ Ejemplos ? : ni una gota de sangre en toda la Batalla de San Romano, lectura más o menos inconsciente del San Jorge de Londres, y sobre todo La Caza de Oxford. Minardi le consagra un capítulo de más de 50 páginas a las Batallas y sobrevuela La Caza, con solamente unas treinta líneas; no obstante esta escena es realmente un teatro de pintura, un poema de perspectiva desordenada. Es quizás la última composición de Uccello. Primero vemos la « noche americana » en la que aquellos señoritos, vestidos de jubones rojos, cazan como en pleno día; no diremos nada sobre la improbable montería, fuera de las reglas (únicamente los lebreles, por ejemplo), un levantamiento, sin duda, vista la cantidad de corzos que hacen salir (seis). ¿ Y el amo de cuadrilla ? Y es allí en donde aparece la rareza : el amo de cuadrilla, el organizador de la caza, soy yo, espectador, maestro de la mirada, situado en el punto central de la escena, sin fijar un objetivo. La potencia de esta pintura es que ( ¿por primera vez? ) la perspectiva, por tanto bien definida, no organiza la mirada del espectador, sino que lo deja libre de deambular como 
quiera : no hay obligación formal sino un marco de libertad que Darriulat (raro que Minardi no lo cite) llama alucinaria. Esta última obra de Uccello es, para mí, el apogeo de su búsqueda sobre la perspectiva, el momento en que al fin la vuelve sublime dentro de una inquietante singularidad. 


Nota deontológica: recibí el libro en servicio de prensa. 

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