17 de noviembre de 2025, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
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| Marie-Guillemine Benoist, Retrato de una negra / de una mujer negra / de Madeleine, 1798/1800, óleo sobre lienzo, 81×65 cm, Museo del Louvre |
Retrato de una negra. Una negra. No tenía nombre.
Era simplemente una negra, una sirvienta, una antigua esclava que seis años antes había obtenido la libertad gracias a la ley de abolición votada por la Convención, el 4 de febrero de 1794 (hecho único en el mundo, Napoleón restableció la esclavitud en 1802 que no fue abolida definitivamente sino en 1848 por la Segunda República). Una mujer libre por escrito pero dependiente y ligada a sus amos. August Benoist-Cavay, originario de Anjou, y su esposa criolla Catherine Vidal, colonos de Guadalupe, que se la trajeron con ellos cuando vinieron a Paris entre diciembre de 1797 y noviembre de 1799. Se habían casado en 1790 y no tuvieron hijos (Catherine Vidal tenía 3 años más que su marido que tenía 33 cuando se casaron; además estuvieron separados varias veces a lo largo de su unión), y en su contrato de matrimonio Catherine Vidal aportaba, además de un diamante de un valor de 1200 libras, «dos negras de Guinea, Alzira, de unos 19 años, 2000 libras, y Dely de unos 18 años, 2200 libras» (el nombre «negro de Guinea» era una palabra genérica y no significaba una llegada reciente, y por tanto sin escarificaciones, como pretende Anne Lafont). Él, que era jefe de la administración de Guadalupe, era, según dicen, un «hombre honesto, de buenas costumbres y amigo de la paz, estimado y apreciado por los habitantes». Vuelve a Guadalupe en 1798 y regresa a Paris en febrero de 1799 en donde había dejado a su esposa y sirvienta.
Negra de la casa, como se decía entonces, nacida hacia 1722, se había librado del duro trabajo de la plantación. Dócil, discreta, atenta, limpia, tenía, sin lugar a dudas, «todo para gustar». ¿Decidieron traerla con ellos a la Metrópoli porque sabía cuidar bien la cabellera de la Señora y también sus trajes? ¿O su belleza le había encantado al Señor, que como era a menudo la costumbre, se le metía en la cama por la noche más o menos discretamente, con el consentimiento implícito de la Señora? ¿Y fue él quien insistió para que posara así desnuda?
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| Anne-Louis Girodet, Retrato de un negro / de Jean-Baptiste Belley, 1797, óleo sobre lienzo, 158x111cm, Museo de la Historia de Francia, Versailles |
En el siglo XVIII en Francia (al contrario de Portugal), había pocos negros, ni africanos ni antillanos. Sí, en todo caso en Paris, ya no eran objetos de la curiosidad y conservaban un potencial exótico evidente. En pintura, salvo el Rey Mago Baltazar, el modelo negro era en general un negrito cuya piel color de ébano hacía resaltar la elegante blancura de su ama. Eran raras las representaciones individuales de hombres negros: algunos dibujos de Watteau, algunas terracotas de Pigalle, un lienzo de Rigaud: todos eran tipos, representaciones genéricas, más que retratos de seres de verdad con motivo de mostrar la personalidad, el carácter, el alma del modelo. Sin duda alguna el primer retrato verdadero de un hombre negro, es el del ciudadano Belley, diputado de Santo Domingo, pintado por Girodet en 1797: el acceso de un hombre negro al estatuto de diputado de la Convención se expresaba glorificándolo a través de la pintura, reconociéndolo a través del arte. Es con Delacroix, Géricault y muchos otros que en el siglo siguiente el hombre negro será auténticamente un tema de pintura.
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| Anónimo, La Moruna de Moret, hacia 1700, Museo Charles Friry, Remiremont |
En cuanto a la mujer negra que en el siglo siguiente estimulará tantos fantasmas exóticos y eróticos, parece totalmente ausente del arte francés e incluso europeo. Hacia 1700 no hay sino tres retratos mediocres de Hermana Luisa María de Santa Teresa en la abadía de Moret, una religiosa de quien se murmuraba que era el fruto de los amores adúlteros de la Reina Maria Teresa con un paje negro de la corte de Versalles (o de Luis XIV con una comediante negra, decían otros).
El cuadro está firmado por « Laville-Leroult (esposa) Benoist ». Marie-Guillemine Laville-Leroult, nacida en 1768 es hija de uno de los últimos y efímeros ministros de Luis XVI. Se casó en 1792 con el banquero Pierre-Vincent Benoist, hermano de Auguste Benoist-Cavay: la que pinta aquí es entonces la empleada de su cuñado. Su marido está del lado de la corona y tiene que exiliarse durante la época del Terror (1793/94), poco después de su matrimonio; bajo el Imperio (1804-1814), y muy cerca de la Restauración de 1815 hará una bonita carrera hasta ser ennoblecido en 1828 por el rey Carlos X. Para no ser un obstáculo en la carrera de su marido, Marie-Guillemine Benoist dejará de pintar cuando lo nombran en el Consejo de estado. Marie-Guillemine fue formada por Jacques-Louis David, el maestro del neoclasicismo que fue pintor oficial de Napoleón, y también por Élisabeth Vigée-Lebrun, una de las primeras artistas reconocidas en Francia. Expuso desde 1784, a los dieciséis años, y tuvo cierto éxito especialmente como retratista. En la víspera de la Revolución ya era reconocida como una joven artista con talento. Sin haber pintado durante el Terror, retoma una gran actividad después del nacimiento de su segundo hijo, Denys, en 1796.
¿Porqué pinta ella el retrato de una negra? Ignoramos su opinión personal sobre la esclavitud pero sabemos que su marido estuvo a favor de su restablecimiento en 1802 por razones económicas, dice entonces. Procedente de un medio conservador, incluso contra-revolucionario, es poco probable que ella haya pintado ese cuadro como manifiesto político o antirracista, sobre la emancipación de los esclavos y el feminismo. Podemos suponer que la atrajo la gracia de la joven, con sólo seis años menos que ella, que debió verla con frecuencia en casa de su cuñada, que se puso a mirarla como a una persona y no como a una simple empleada y que el desafío de plasmar en pintura los tonos de una piel negra la motivó, además del deseo de pintar un tema inusual. El cuadro debió de ser pintado durante le verano de 1798 en el castillo familiar de la Motte cerca de Angers, o un poco más tarde en Paris.
Retomemos la descripción del cuadro de la página del Louvre:
«El modelo femenino de entre 20 y 40 años, es representado de medio cuerpo en formato cortado delante de una pared gris sin indicación de profundidad espacial. La cara y los ojos están dirigidos hacia el espectador, el cuerpo de la joven está ubicado lateralmente, sentado en un sillón de tipo cabriolet de estilo Luis XVI de madera dorada y cubierto con tela verde fijada con clavos de tapicería. El espaldar y el brazo derecho del sillón están casi cubiertos por un chal azul grande puesto encima. La joven está peinada con una pañoleta blanca enrollada y anudada arriba de la cabeza, una punta dejada libre cae a lo largo de la mejilla izquierda. Se ve una candonga de oro en su oreja derecha. Los brazos y el pecho están casi completamente desnudos: la modelo parece haber desatado y abierto su camisola blanca que se sostiene todavía en el talle con un cinturón de textil rojo. Tiene las manos cruzadas sobre el regazo. La firma de la artista se encuentra sobre el fondo gris, justo por encima de la mano derecha de la modelo».
Miremos el cuadro con cuidado. Primero, las marcas de exotismo son bastante visibles: pañoleta en la cabeza, candonga en la oreja, que son alusiones a su condición social. ¿Los colores de la ropa, la tela azul, traje y turbante blancos, cinturón rojo, evocarán discretamente la bandera francesa? En cuanto al acabado de la diferencia racial, es de admirar la gradación de colores en la pigmentación de la piel negra, en especial en el pecho, mientras que los dos otros retratos de negros citados más arriba, el ciudadano Belley y la religiosa de Moret (de quien solamente vemos la cara, y en cuanto a él, también las manos), los tonos son mucho más uniformes. Los brazos son musculosos pero la mano derecha tiene una forma extraña, hay una distancia rara entre el índice y el mayor (la mano izquierda también pero es menos visible), puede ser una malformación que discretamente se disimula aquí. Pero lo que sorprende de entrada en este cuadro es que esta mujer se presenta con una pose altiva que no le corresponde a una sirvienta y mucho menos a una esclava. Recuerda a Marie-Antoinette (Vigée Le Brun), Madame Récamier (David) o la Fornarina (Raphael), ocupa el espacio tradicional de una mujer blanca, como Marie-Guillemine Benoist pinto tantas (y David antes que ella, aquí se inspira claramente). La mirada, dirigida directamente al espectador intriga por su insistencia: además de la pose, es la mirada lo que le da toda su dignidad a esta persona.
La sorpresa la provoca el seno desnudo: no tiene nada de un seno lactante. Es cierto que podemos evocar a las Amazonas, la desnudez gloriosa de La Libertad guiando al pueblo (Delacroix) treinta años más tarde, o la moda de los vestidos transparentes de las Maravillosas en la época del Directorio (1795-1799). No obstante Madame Benoist nunca mostró un seno desnudo en ninguno de sus retratos de mujeres blancas, por profundo que fuera, algunas veces, el escote. Es una época en la que el desnudo está reservado a los temas mitológicos, históricos o alegóricos, pero (salvo en la obra de Goya con su cuadro secreto La maja desnuda) este no aparece en los retratos. La preferencia de Madame Benoist es sin duda la combinación de cierta transgresión erótica deliberada, cubierta con la idea que más tarde llamarán orientalismo, y una forma de superioridad racial al evocar la desnudez de los «salvajes». Su ambigüedad procede de esta contradicción: presentar a su modelo tanto como un objeto de posesión exótica y como un ser humano sensible. Al contrario del ciudadano Belley, que no solamente no se presenta, o muy poco, erotizado, sino en situación de poder, esta joven negra, cualquiera que sea la dignidad de la pose, es un objeto erotizado y anónimo. Sin haber podido alcanzar el estatuto de individuo de pleno derecho, es ante todo una proyección de los deseos y ambigüedades de la artista, ya fueran admirables o secretos.
Cuando terminó el cuadro en 1799, Madame Benoist lo expuso en el Salon de 1800, en un lugar de predilección, con el título, «Retrato de una negra». La palabra «negro» se usaba comúnmente en ese entonces para designar a las personas de color, aunque ya fuera un marcador de superioridad racial. A pesar de la reciente abolición de la esclavitud, las distinciones raciales y la jerarquía biológica de las razas estaban todavía muy presentes. Precisamente, en 1798 Girodet empezó llamando el retrato del ciudadano Belley «Retrato de un negro», antes de cambiarlo al año siguiente, posiblemente bajo la presión del principal grupo antiesclavista, la Sociedad de amigos de los negros, Una gran mayoría recibió la obra de Madame Benoist muy positivamente, reconociendo su talento, su audacia y su determinación para rebasar las fronteras del sexo, de la raza y de la clase social. He aquí un ejemplo de crítica en la prensa de entonces: «Su negra está puesta con ingenio, es decir con una actitud graciosa que no corresponde a las personas de su color; el busto y en especial el brazo están bien dibujados, la tela que envuelve la cabeza está dispuesta con gracia. Se reconoce en la ejecución la manera sabia y el arte de Jacques-Louis David.» En 1818, quizás para compensar que había renunciado a la pintura en nombre de la carrera de su marido, el rey Luis XVIII le compró a Madame Benoist cuatro cuadros para el Louvre y entre ellos éste.
El cuadro fue expuesto en el Louvre con el título «Retrato de una negra» hasta finales del siglo XX, cuando lo rebautizaron de manera más políticamente correcta «Retrato de una mujer negra». En 2019, el descubrimiento de un documento de viaje de Benoist-Cavay revela que él y su mujer iban acompañados de «Ringa, criado del jefe de administración» y de «Madeleine, sirvienta», y volvieron a bautizar el cuadro. Es probable que después de su emancipación, una de las dos «negras de Guinea» de Catherine Vidal, Alzire o Dely, haya recibido ese nuevo nombre.
Madeleine: un nuevo nombre, sí, pero sin apellido.
(escrito para Lurdes)


